Cuando salgo para reanudar el
recorrido, el coche está cocido, pero hacia La Yesa amenaza lluvias. Escucho
los primeros truenos. Como no estoy seguro de alcanzar Chelva por esas montañas
rehago el camino hacia Tuéjar.
Por múltiples lugares aparecen
pequeñas ermitas dedicadas a santos y vírgenes que me sugieren antiguos
santuarios de divinidades ancestrales. Es como si los santos y las vírgenes
fueran reclamados para proteger a las poblaciones, que tanto sufrieron en el
pasado con guerras y algaradas, con incursiones, con el hambre y la desidia
administrativa. O para garantizar las cosechas y los ganados, que por mucha
belleza que acumule el paisaje hay que seguir viviendo de la tierra. También
pudiera ser que los del más allá se hayan enamorado de estos pagos.
“Un pueblo accidentado por los
contrafuertes meridionales de las sierras de Losilla y el Salinar”, leo en
Internet en relación con Titaguas. También, que es un lugar de aguas de
carácter curativo, lo que excita mi curiosidad y me obliga a preguntarme si no
será consecuencia de las presencias santas y divinas. Es pueblo serrano,
rodeado de montañas que fueron refugio de asentamientos iberos y romanos. Más
antiguas son las pinturas rupestres del Tío Escribano, que datan de hace 9000
años. Por supuesto, esquemáticas, abstractas, levantinas. Un tesoro.
Me adentro en el pueblo a la
hora de la siesta -es festivo- recorro las calles y aparco frente a la iglesia
parroquial del Salvador, del siglo XVI, renacentista, reedificada en 1883 y
restaurada en 1988. En la torre exhibe un sugerente reloj solar.
Titaguas perteneció
administrativamente a Alpuente hasta que en 1729 Felipe V la distinguió con la
categoría de villa real. Recorro las calles y observo las casas solariegas que
no puedo especificar de qué época son. Y cuando me he alejado un poco de la
plaza empieza a llover. Me monto en el coche y continuó la ruta. Salto Tuéjar y
enfilo hacia Chelva.
0 comments:
Publicar un comentario