Beroles,
cardones y tabaibas forman la triada botánica de las zonas bajas. El jugo del
berole quita las verrugas. El del cardón es purgante. La savia lechosa de la
tabaiba dulce solían mascarla como chicle los niños. Las tres son endémicas de
Canarias y comparten terrenos poco agraciados. Sobreviven con poco y eso las ha
salvado en medio de las arenas volcánicas.
Las
encontraré abundantemente en todos mis recorridos. Especialmente en el que hago
hacia el sur con destino a La Restinga.
Subiendo
desde Valverde se encuentran dos intentos para solucionar el problema del agua
de la isla. El primero es un embalse que parece una gran piscina, una alberca de
grandes dimensiones aprovechando un hueco de la montaña: es la presa de
Tefirabe. El otro, es la nueva estación hidro-eólica. Todas las veces que he
pasado cerca he visto sus molinillos con las aspas quietas. O están en
reparación o aún no se ha puesto en funcionamiento. Hace unas semanas, a
finales de junio, se celebró un simposio sobre energías renovables. Confiemos
en que se trasladen sus conclusiones a la isla. El viento es fuerte y
constante, seguro generador de energía.
El
paisaje hasta San Andrés es rústico, anclado en el tiempo. Leo la descripción de
Jacinto del Rosario en su Viaje
estrambótico a Sabinosa:
¡Qué
desolador todo el paisaje hasta San Andrés! Pueblo éste de un gris ceniciento y
tristón, y, sin embargo, es como un oasis en medio de aquel páramo. Cruzado en
todas direcciones por cercas de piedras negras y calcinadas salidas de
legendario y virulento volcán, sirviendo de límite a las diferentes
propiedades. De trecho en trecho, por las grietas del terreno, y rompiendo la
monotonía triste del paisaje, surge, jocosa y fresca, la sangre verde de las
higueras, ¡higueras por todas partes!, cada una de las cuales está rodeada de
un muro de piedra seca, por si las cabras; o tal vez, como monumento al
indispensable y vitaminado fruto.
El
paisaje no ha cambiado mucho respecto de esa descripción de hace décadas,
aunque percibo el mismo con alegría por el intenso sol. Busco entre esas
constantes cercas a los sufridos pastores con sus lobos herreños, especialistas
para el pastoreo.
Durante
años, el Cabildo se dedicó a comprar las tierras que salían a la venta para
evitar que los especuladores transformaran la isla en otro polo de turismo
masivo y destructor. La personalidad anclada en la tradición es el mejor valor
que ofrece la isla.
Los
pueblos carecen de grandes atractivos. Siempre hay una iglesia o ermita,
siempre unas casitas adicionales bien pintadas con jardines limitados por
muros. Los atravieso sin detenerme, memorizando su conjunto un instante.
Es
terreno de meseta, sobrio, aunque matizado por los árboles, pinos en su
mayoría. Asoman montes y lomos, quizá antiguos volcanes descabezados. Dragos y
chumberas: sus higos se individualizan con lujuria por encima de las espinas.
Mi padre era un entusiasta de ellos.
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