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El Hierro. Clamor volcánico, tranquilidad infinita 18. Valverde



Valverde se escalona en la montaña con sus colores claros. La atravieso en varias ocasiones y me hago una idea de su trazado adaptado a la orografía.
Es una población de unos 5000 habitantes, según leo, sin que pueda precisar si el dato es correcto. La isla congrega unos 7000. Con todo, da una idea de su tamaño reducido. No falta el movimiento, aunque éste sigue la tónica de tranquilidad de la isla.
Lo principal se agrupa en la calle San Francisco. La plaza de la Iglesia de la Concepción es un buen mirador y un lugar donde esperar que transcurra el tiempo sin problemas. La Iglesia es el destino de la Bajada de la Virgen. La fachada de piedra está coronada por una torre que ayuda a identificarla desde lejos. El edificio actual se inició en 1767 y se terminó en 1820. Su interior es sencillo y acogedor.
La otra edificación sobresaliente es el Ayuntamiento. En 1899 se quemó y se perdieron los archivos de la isla, lo que supuso perder una parte importante de los registros que permitían conocer su historia. Se inició su reconstrucción en 1910, concluyendo las obras en 1940.
Aprovecho para un breve paseo y para atraer los recuerdos de una escapada nocturna envuelto en la niebla hace varios años.

La mirada profunda es el restaurante que me aconseja Raquel. Acierta de pleno.
El local es pequeño (diez mesas) pero la calidad de la comida es exquisita. Lo regenta un hombre de mirada profunda, gesto adusto, pelo blanco y abundante y una depurada técnica para cocinar los productos de la tierra.
Empiezo con un pulpo hervido que sólo condimenta con aceite y vinagre. Está en su punto y se paladea con delectación. Las papas arrugás con mojo verde y rojo lo acompañan.
Veo pasar un cochinillo negro que me da envidia, un muslo de pollo de tonos anaranjados y con una salsa suave, un solomillo de buen tomo, un bacalao que he dejado pasar. He optado por un pescado local, algo feo y delicioso, a la plancha. Las mollas salen con facilidad y se deshacen en la boca. Hubiera debido pedir un vino local pero tengo que dar clase más tarde.
Amenizan la comida una pareja desigual, ella joven, el mayorcito, que quiere seguir en liza. "No quiero perderte", le dice él a ella mientras repelo la espina del pescado. Ella hace algún pucherito. Él me recuerda a Michael Douglas aunque sin su estilo. Es una buena distracción antes de pedir la cuenta. Inigualable.

Nota: fotografías de José Luis Migueláñez Carreras.

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