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Sicilia. Sueños de una isla invadida 77. El palacio Normando y la capilla Palatina.



Sicilia, la isla invadida, debía su diversidad a los sucesivos conquistadores que se habían asentado en sus tierras y habían aportado su cultura para una amalgama de deliciosas consecuencias. Como escribió Guy de Maupassant, el estilo árabe-normando nace de esa influencia cruzada “donde la severidad del estilo gótico, que aportaron los normandos, está atenuada por el uso admirable de la ornamentación y la decoración bizantina”. Para comprobarlo en su máxima manifestación nos dirigimos al palacio Normando y a la capilla Palatina.

Remontamos la amplia calle Maqueda y atravesamos la monumental Porta Nuova erigida para celebrar la entrada en Palermo del rey de España Carlos I y V del Imperio tras vencer a los turcos en Túnez en 1535. Hacia la izquierda se despliega el lugar que durante siglos, y con ciertos paréntesis, fue el centro político y económico de la ciudad  y de  la isla. Aquí estuvo la fortificación púnica en la que fueron sustituidos por los romanos en el siglo II a.C. Los árabes la transformaron en el siglo IX para que fuera el palacio de los emires, aunque posteriormente se desplazaron hacia la zona marítima. Prácticamente nada se conservaba de aquellos tiempos anteriores a los normandos, salvo los cimientos, que verificamos en nuestra visita, y poco más.


Su configuración actual arrancaba en el reinado de Roger II, hacia 1130, quien consolidó las torres y bastiones y construyó el palacio, que sufrió diversas transformaciones. Tras Federico I (II del Imperio), a mediados del siglo XIII, entró en un periodo de decadencia y abandono hasta que lo rehabiliten los españoles, que derribaron en el siglo XVI las torres normandas, construyeron la fachada principal, rematada con el escudo imperial, y los patios de Maqueda y las Fuentes.

Accedimos a la zona renacentista y admiramos la triple arquería del patio de Maqueda. Detrás quedaba la capilla Palatina. Subimos por la grandiosa escalinata al primer piso.
La capilla quedaba incrustada en las edificaciones del palacio. Externamente no se podía trazar su forma ni su diseño. Los ábsides fueron tapados por una remodelación del siglo XVII. No importaba porque su interés radicaba el interior, realmente impresionante.


Al entrar quedabas impactado por la riqueza de la decoración a base de mosaicos dorados que cubrían por completo los muros, los arcos y las bóvedas. La Biblia se desplegaba en imágenes que transmitían una historia gráfica fácil de entender, aunque su contenido no estuviera destinado a los analfabetos hombres de a pie. Los artistas y artesanos que participaron en la ornamentación estaban inspirados por un espíritu divino.

La primera imagen que captaba la atención era el Cristo Pantocrátor, en majestad, severo, algo ceñudo, la luz del mundo que nos ayudaba a salir de la oscuridad. Nos recordaba a los de Monreale o Cefalú, con los que estaba hermanado artísticamente. Otro nos bendijo desde la cúpula del transepto. Quizá el espacio más reducido (unos 35 metros de largo) era más envolvente, más cercano, más íntimo. Todas las descripciones que había leído coincidían en la intensa impresión causada a los visitantes, que no podían creer que hubiera una obra tan maravillosa.

Dedícale todo el tiempo que quieras y déjate empapar por sus tres naves, por las secuencias bíblicas, por los rostros de personajes y santos. El techo era un artesonado morisco realizado por artistas fatimidas con pequeñas escenas palaciegas, domésticas y diversos personajes. No dejes de bajar la vista al suelo y admirar su decoración geométrica. El púlpito de mármol de varios colores e incrustaciones era otra joya, como la columna del cirio pascual. O el trono, en la cabecera, donde se sentaba el rey bajo el Cristo sedente.
Deambulamos por el resto de salas visitables del palacio que como constante sede de poder albergaba la Asamblea Regional Siciliana, presente en el palacio desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Incluso accedimos a su interior antes de que nos desalojaran de una forma bastante amistosa.

La decoración de mosaicos de esta parte era ajena a elementos religiosos y estaba dominada por animales y seres mitológicos que retozaban en un hermoso jardín idealizado con árboles y palmeras. Quiz´para simular un pabellón de caza. Quizá en la sala de Roger II se reunían los monarcas con sus ministros y embajadores, con artistas y poetas de la corte. Fue inicialmente un dormitorio con excelentes vistas sobre la ciudad y la bahía.


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