Federico I de Sicilia y II del
Sacro Impero Romano-Germánico nació en Iesi (Ancona) en 1194. Nieto de Federico
I Barbarroja y Roger II de Sicilia, hijo de Enrique VI y Constanza de
Altavilla, fue una de las figuras esenciales y una de las personalidades más
apasionantes de la historia de Sicilia y de Europa, un soberano poco
convencional que marcó el máximo apogeo de Sicilia.
Como
compensación a la ayuda prestada por el Imperio al rey de Sicilia contra sus
enemigos, Enrique VI casó con Constanza de Altavilla, a la que sacaron de un
convento para la unión. Curiosa historia la de Constanza. Curiosa o dramática,
según se quieran interpretar los hechos que marcaron su vida. Desde el
nacimiento de la hija del rey Guillermo se auguraba algo extraño. El abad de
Calabria, Joaquín, profetizó a su padre que quien viniera al mundo sería el
origen de la destrucción del reino. El rey estudió cómo una mujer, que en
aquella época no tenía un papel preponderante en política, podría traer un
destino tan funesto. Y llegó a la conclusión de que no podía ser directamente
sino por la persona con quien se casara o por el hijo que engendrara. Solución:
la encerró en un convento. De esa forma se garantizaba su perpetua castidad.
Pero murió el padre y el hermano, y ascendió al trono Tancredo, rey fingido y,
tras él, su hijo Guillermo. Se formaron dos bandos y se avecinaba una cruenta
guerra civil. Para atajarla se pidió consentimiento al Papa para su enlace con
un potentado que pusiera orden en la isla. Este potentado fue Enrique.
Constancia era ya una mujer más que madura, según los cánones de la época, pero
su marido la forzó y engendró un hijo, el futuro Federico II. La corte se
negaba a creer que aquella mujer pudiera concebir. Para acallar los rumores,
parió ante un nutrido grupo de personajes de la corte que silenciaron a los
maledicentes. Ese rey, Federico II, elevaría a su máxima expresión a Sicilia,
pero también sería la causa de su decadencia en el concierto internacional, ya
que perdería su independencia y se vincularía sucesivamente al Imperio, a
Francia y a Aragón. Los sucesores de Federico no estarían a la altura de su
padre.
Tuvo una infancia convulsa al
ser pretendiente a muchos títulos y honores desde su infancia. Desde 1198 fue
rey de Sicilia y desde 1215 emperador. Su educación transcurrió en Sicilia, a
la que dotará en 1231 de las Constituciones de Melfi, lo que se podría
considerar como la primera Carta Magna de la isla.
No mantuvo una relación fácil
con el Papado, a pesar de haber sido puesto bajo la tutela de Inocencio III por
su madre. Sus posesiones al norte y al sur de los Estados Pontificios le
convertían en un vecino incómodo. Fue excomulgado en dos ocasiones. Sin
embargo, en 1228 dirigió la Quinta Cruzada y conquistó Jerusalén firmando una
tregua con el sultán de Egipto por diez años. Aquella acción había sido
pospuesta en varias ocasiones e, incluso, un año antes fue abandonada a los
tres días de su inicio por una enfermedad, mal interpretada por el Papa, que le
excomulgó. Poco después de la conquista de Jerusalén se casó con la hija del
rey, Yolanda, y a su muerte heredó el título.
En Palermo estableció su corte
poblada de sabios y literatos, la que Dante consideró como el lugar de
nacimiento de la poesía italiana. La guerra y el oficio de soldado fueron
compatibilizados con la cultura.
Su primera esposa fue
Constanza de Aragón. Ese será el nexo por el cual unieron su destino Aragón, España
y Sicilia. Constanza de Aragón, Constanza de Altavilla, su madre, su padre
Enrique VI y su abuelo Roger II estaban enterrados con él en la catedral de
Palermo. Ésta se había iniciado en 1185, poco antes de su nacimiento, fruto de la
competencia entre los obispos de Monreale y la capital, Gualterio Offamilio.
Era posterior a la de Monreale.
Al inicio de nuestro viaje habíamos
rodeado la inmensa catedral. Quedamos impresionados con sus torres y sus tres ábsides
de claro estilo árabe-normando. La fachada sur estaba precedida por una amplia
plaza. Accedimos al interior por el pórtico de influencia aragonesa.
El interior era de un estilo
muy diferente, neoclásico. Era amplio y luminoso, aunque un tanto frío. Las
reformas y alteraciones en su configuración fueron continuas en sus siglos de
existencia. Las excavaciones demostraron que sobre el lugar hubo diversas
construcciones. La más inmediata fue una basílica bizantina que fue
transformada en mezquita.
La primera curiosidad a la que
accedimos fue el reloj solar que se extendía por el suelo de mármol con los
signos del zodiaco en tonos dorados. Continuamos hacia la cabecera, observamos
sus frescos, el abocinado, la capilla de la patrona de Palermo, Santa Rosalía,
con su altar de plata, y buscamos las tumbas reales. Había que prestar pleitesía
a nuestro insigne personaje.
Otros elementos interesantes
serán explorados por los ávidos lectores y viajeros.
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