España vacía, La Mancha
silenciosa, un lugar aislado: eso era la ciudad romana de Valeria.
La visita a Valeria tuvo mucho
de casualidad. Ni Silvia, ni Juan ni yo sabíamos de su existencia. Pero el azar
a veces nos regala pequeñas joyas que se alojan en esta España nuestra del
interior despoblado y desconocido.
Mientras hacían la cuenta en
la Venta de Contreras nos entretuvimos charlando con Montse, la simpática
empleada de recepción. A su espalada se encontraban perfectamente clasificados
diversos folletos de los lugares cercanos en la provincia de Cuenca y aledaños.
El que más nos llamó la atención fue el de Motilla de Azuer, una especie de
fortaleza circular en forma de laberinto. Al lado, un sencillo folleto con la
leyenda: “¿Una visita? Ciudad romana de Valeria”. Montse nos entregó los dos.
Tras un breve diálogo cambiamos Alarcón por Valeria. Juan confirmó que estaba
abierta ese domingo por la mañana y le dieron unas pautas para llegar.
En Minglanilla tomamos la
carretera hacia Almodóvar del Pinar, no sin antes rectificar un par de veces al
despistarnos y despistarse temporalmente el navegador. El paisaje era verde, de
bosquecillos de pinos, de trigo verde, de olivos. Entre cada pequeño pueblo, la
más absoluta soledad. No nos cruzamos con ningún vehículo. La tierra se
ondulaba, formaba cambios de rasante, pequeños miradores.
Nos desviamos en Almodóvar del
Pinar y tras 25 kilómetros y un par de poblaciones más alcanzamos el pueblo y
su plaza principal con su iglesia del siglo XIII, que fue catedral al ser
Valeria sede episcopal desde el siglo VII con los visigodos. Posteriormente, el
obispado se trasladó a Cuenca, en 1177, y perdió ese privilegio. No pudimos
visitar su interior, de gran interés por su museo y otros atractivos.
El yacimiento estaba a unos
cientos de metros. La diligente empleada del centro de interpretación nos dio
unas instrucciones prácticas y nos puso un vídeo de cuatro minutos que nos
abrió el apetito por la visita. Para quien quiera ampliar sus conocimientos,
otro vídeo de veinte minutos y una exposición satisfarán sus ansias.
En el tríptico explicativo
informaban que se desconocía el nombre indígena de la ciudad, aunque podría ser
“Althea, capital de los olcades, pueblo celtibérico al que pertenecían los
valerianos”.
La ciudad debía su nombre a su
patrón romano, Valerio Flaco, “pretor pocos años después de la conquista, en el
179 a.C”. Administrativamente, perteneció a la Tarraconense y a la
Cartaginense. Posteriormente, al Convento Jurídico de Cartagena.
Estaba ubicada en un lugar
espectacular, paisajísticamente muy hermoso, en la confluencia de los ríos
Gritos y Zahona, que formaban unos tajos en las montañas que otorgaban unas
defensas naturales de primer orden a la población. La atención se repartía
entre el yacimiento arqueológico y los miradores.
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