Optes
por una u otra ruta, te sumerges en pinadas densas que hacen equilibrios con
los barrancos y las pendientes y se alternan con zonas de arenas volcánicas. Continuamente
entran nieblas que son auténticos efectos especiales gaseosos. Dejo atrás un
rastro de polvo. Parte de él se quedará sobre la carrocería negra de mi
vehículo.
En
ocasiones la carretera divide el bosque del vacío vegetal. El mar se ha
difuminado y se confunden el azul del cielo con el del océano, no se sabe dónde
termina el escenario natural. Se experimenta una soledad que expansiona el
alma.
Me
imagino a los clientes de Eugenio y Juanjo cabalgando sobre sofisticadas
bicicletas de montaña en rutas que cortan el hipo. A mí me cortan la
respiración y únicamente me he bajado del coche. El riesgo en esta zona tiene
el premio de una belleza impactante. Por algo la isla es Reserva Mundial de la
Biosfera. El 80 por ciento de su superficie está protegido.
Elevo
la vista hacia la cima y un frente de nubes se me viene encima. Doy un paso
atrás pero dejo que ese aire húmedo se estrelle contra mi rostro. Es un
ejército vaporoso sin malas intenciones. Los matorrales bajos agradecerán su
visita.
Malpaso
es el punto más alto de la isla, 1500 metros. Es otro mirador privilegiado,
siempre que los alisios no hayan aposentado sus reales y hayan cubierto la
vista sobre el Valle de El Golfo. Me conformaré con la foto descriptiva de los
paneles informativos. Parece que fuera a bullir ese falso suelo blanco y algodonoso.
Estamos unos metros por encima del cielo.
Coincido
con dos holandeses con los que ya he compartido las cancelas de El Sabinar.
Están en una hermosa casa rural en zona de nieblas y están un poco hartos del
frío por la noche, por lo que me piden referencias del parador, donde
volveremos a vernos. Me hacen una de las escasas fotos en que acompaño al
paisaje.
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