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El Hierro. Clamor volcánico, tranquilidad infinita 14. Regreso por Malpaso.



Optes por una u otra ruta, te sumerges en pinadas densas que hacen equilibrios con los barrancos y las pendientes y se alternan con zonas de arenas volcánicas. Continuamente entran nieblas que son auténticos efectos especiales gaseosos. Dejo atrás un rastro de polvo. Parte de él se quedará sobre la carrocería negra de mi vehículo.

En ocasiones la carretera divide el bosque del vacío vegetal. El mar se ha difuminado y se confunden el azul del cielo con el del océano, no se sabe dónde termina el escenario natural. Se experimenta una soledad que expansiona el alma.
Me imagino a los clientes de Eugenio y Juanjo cabalgando sobre sofisticadas bicicletas de montaña en rutas que cortan el hipo. A mí me cortan la respiración y únicamente me he bajado del coche. El riesgo en esta zona tiene el premio de una belleza impactante. Por algo la isla es Reserva Mundial de la Biosfera. El 80 por ciento de su superficie está protegido.


Elevo la vista hacia la cima y un frente de nubes se me viene encima. Doy un paso atrás pero dejo que ese aire húmedo se estrelle contra mi rostro. Es un ejército vaporoso sin malas intenciones. Los matorrales bajos agradecerán su visita.
Malpaso es el punto más alto de la isla, 1500 metros. Es otro mirador privilegiado, siempre que los alisios no hayan aposentado sus reales y hayan cubierto la vista sobre el Valle de El Golfo. Me conformaré con la foto descriptiva de los paneles informativos. Parece que fuera a bullir ese falso suelo blanco y algodonoso. Estamos unos metros por encima del cielo.

Coincido con dos holandeses con los que ya he compartido las cancelas de El Sabinar. Están en una hermosa casa rural en zona de nieblas y están un poco hartos del frío por la noche, por lo que me piden referencias del parador, donde volveremos a vernos. Me hacen una de las escasas fotos en que acompaño al paisaje.

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