Desde
la ermita asciende un camino en buenas condiciones hacia El Sabinar. Me
sorprenden las vacas pastando. Creí que la isla sólo era propicia para cabras y
ovejas. Ahí están soportando la solana y el viento, y disfrutando de las vistas
al mar.
Atravieso
una cancela tras la bifurcación con el Mirador de los Bascos. El paisaje es
bucólico pero el terreno y la flora volcánicos aportan un matiz peculiar que me
entretiene en el desplazamiento.
Esa
primera sabina, la más popular y fotogénica, se repite en folletos e imágenes
como un símbolo de la isla, como uno de los elementos únicos de la misma. Sus
formas retorcidas recuerdan viejos arrugados y despojados de sus carnes o a divas
que se contorsionan hacia atrás y derraman una melena infinita, o a mascarones
de proa que forman arcos irregulares. Una cuerda la protege poca cosa. Haría
las delicias de Dalí en un paisaje tan surrealista.
Hace
años estaban por aquí mis compañeros de avión, estaba más oscuro, la escena era
de cuento fantástico. Ahora estoy solo y el sol brilla con insolencia. Las sabinas
se adaptan a los suelos más míseros.
Su
madera es muy apreciada para los muebles y las artesanías. Se temió por su
subsistencia y están protegidas. Esas formas atormentadas e inverosímiles gozan
de un poco de paz. Las encuentras aisladas unas de otras, a veces, por parejas,
dispersas por la bajada y compartiendo espacio con matorral bajo. Siempre el
poderoso viento las ha peinado, casi abatido, nunca arrancado. De una sólo ha
subsistido el tronco.
El
segundo camino de la bifurcación (viniendo desde la ermita, a la derecha)
conduce al Mirador de los Bascos y a un espectáculo de nubes y vistas. Vendría
a ser el opuesto al Mirador de la Peña. Toda la zona de El Golfo se divisa
desde esas peñas. Siempre y cuando lo permitan las nubes.
Cuando
bajo del coche, está despejado y los Roques de Belmor marcan el final del arco
volcánico. Mientras me entretengo en preparar la cámara, entra una nube a toda
velocidad que impide toda visión. Ni siquiera Sabinosa ni el Pozo de la Salud
se intuyen. Como el viento es salvaje, me espero un par de minutos: se abre el
telón y el paisaje es completo. Claro que unos instantes después, con la
eficacia de un comando, otra nube se apodera del espacio y cubre la mirada.
Alguna nube va más despistada y sólo pasa fugazmente lamiendo las rocas.
Las
alternancias son continuas. Cuidado al bajar con el coche.
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