Sabinosa
goza de renombre por sus aguas medicinales, reconocidas y aprovechadas desde
antaño. La fuente termal de aguas sulfurosas recuerda la latencia volcánica. Lo
que no hay es sabinas.
En la
falda de la montaña se encuentra el pueblo, que atravieso después de subir por
una carretera quebrada y ascendiente. Recuerdo el consejo del empleado de
turismo: a partir de ese punto no hay servicios. Como en una tasquita un
bocadillo suculento y tomo una cerveza. Verifico que llevo agua suficiente. La
gasolina no es problema: el depósito va casi lleno.
La
bajada es un tanto acrobática, apasionante, como casi todo el trayecto. En el
balneario del Pozo de la Salud podría darme un capricho en forma de masaje o tratamiento
con chocolate, un anti estrés completo, disfrutar de lodos marinos, un
tratamiento para piernas cansadas o un tradicional circuito de aguas. Eso sí,
habría terminado la jornada y me quedaría sin disfrutar de la parte más
occidental.
El
valor curativo de las aguas produjo los primeros conatos de turismo en la isla.
Fue el causante del desplazamiento realizado por Jacinto del Rosario y que dio
lugar a un librito curioso denominado Viaje
estrambótico a Sabinosa. De él extraigo este fragmento: "este lugar de
ensueño estaba enclavado entre una cerrada cordillera de montañas feroces
pobladas de frondosas sabinas; abajo, junto al mar, en un recogimiento de
égloga, un “pozo” de aguas minero-medicinales que tocan lo milagroso, siendo
una especie de “curalotodo", era, indiscutiblemente, el lugar indicado
para que un hombre, recién atormentado por una enfermedad y las letras de
cambio, en él se refugiara como única tabla de salvación".
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