La
costa nordeste es escarpada pero siempre deja hueco para una playa, una piscina
natural, un puerto regalado por la orografía, una concesión a los sufridos
habitantes de la isla.
Algo
más al sur del aeropuerto divisé las casas que forman La Caleta, un pequeño centro
turístico. Sus primeros habitantes, los bimbaches, dejaron su huella en forma
de inscripciones, petroglifos que no han podido ser descifrados.
Al
norte del aeropuerto, cuyas pistas exigen exactitud a los pilotos en las
maniobras para no caer al mar, Tamaduste es otra alternativa al baño. "Es
una pequeña ría de tranquilas aguas cristalinas abiertas al mar", reza uno
de los folletos. Su puerto natural está abrigado de los vientos y permite un
disfrute placentero. En su piscina natural se concentran los herreños los fines
de semana.
En el
plano de mi anterior viaje, hace casi dos décadas, encuentro una nota, "pista
muy mala", referida a Charco Manso, otra piscina natural para apaciguar
los calores. Como ya fui víctima de esos caminos hace años, me conformo con
divisarlo desde lejos.
Dicen
que el pueblo que goza de mejor clima es Echedo. Lo arropan las viñas y una
inclinación sensata. Desde él se inicia la bajada a Charco Manso y Pozo de las
Calcosas, que ha mantenido unas casas que dan idea de otras anteriores y
antiguas, un pequeño poblado que reivindica el pasado indígena. Por supuesto,
dotado de piscina natural, de charco, como gustan llamarlas.
La
carretera a media altura en la montaña une Mocanal, Erese y Gaurazoca. El
primero es zona de artesanos y tiene un toque serrano. Alfonso me cuenta que la
tradición artesana de la isla corre peligro por la ausencia de renovación entre
ese grupo de personas que se dedicaban a ella. Muchos son gente mayor que no ha
creado escuela y que cuando mueran, Dios quiera que dentro de muchos años, se
llevarán sus secretos a la tumba.
Sin
embargo, los jóvenes ven en la artesanía una salida a la crisis. Espero que
Alfonso monte su taller y reanime la tradición, lo que resultará en una mayor
riqueza de la isla.
Guarazoca
es agrícola y ganadera. Debe su nombre a "una princesa bimbache que
traicionó a su pueblo por amor". Qué hermosa historia. Si penetras por su
entramado descubrirás alguno de los lagares para pisar la uva.
Durante
siglos, y hasta hace algunas décadas, la población se concentraba en el
interior, en la meseta de Nisdafe. Eran poblaciones de montaña, de casas
cuadradas, blancas o de colores suaves y ribetes de piedra vista en las
esquinas para dar contraste, pequeñas ermitas que cristianizaban cultos lunares
prehispánicos y campesinos que se movían con parsimonia.
El
movimiento hacia la costa constituía “la mudada”, la trashumancia humana que se
ajustaba a los ciclos agrícolas y ganaderos. Dos veces al año se empaquetaba y
se montaba una procesión civil de mulas y baúles que cambiaban de residencia.
Los pueblos de la costa carecían de consistencia.
Observo
fotos antiguas de burgueses emperifollados que asumen ese incómodo traslado en
color sepia.
Esa
tradición de cambio ha desaparecido.
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