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Sicilia: Sueños de una isla invadida 65. Mazara del Vallo.



Llegamos a Mazara del Vallo a esa hora de la tarde en que el calor se había calmado y era aguantable. Buscamos el hotel en las afueras, en una zona que combinaba casas y talleres. Su ambiente era agradable. Nos dimos una buena ducha y descansamos un rato. La acumulación del cansancio se hacía notar.
El hotel D’Angelo Palace estaba al otro lado del río Mazara, respecto al casco antiguo. La desembocadura estaba repleta de barcos de pesca de pequeño tamaño. Por algo Mazara es el mayor puerto de pesca de Italia. Esta circunstancia fue apreciada desde antiguo por los fenicios, que fueron sus fundadores, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos y godos. Los árabes que desembarcaron en sus costas en el siglo IX la convirtieron en un importante centro de estudios islámicos, según leímos. La conquista normanda dejó un rosario de iglesias y una impresionante catedral.
Los comentarios sobre la ciudad apuntaban a su carácter norteafricano, tanto en su tejido urbano como en sus gentes. La parte antigua, a la que denominaban la Casbah, era un laberinto de calles estrechas y retorcidas que atravesamos varias veces en busca de aparcamiento, una misión terrible e imposible. Durante más de media hora tuvimos que disfrutar forzosamente de esas calles y las adyacentes, hasta que un milagro propició que pudiéramos deshacernos del coche. Estábamos un poco cabreados.
Salimos al paseo marítimo, la vía Lungomare Mazzini. Se respiraba amplitud, que se mezclaba con la alegría estival de montones de veraneantes que habían salido a cenar en familia. Los restaurantes, con amplias terrazas, estaban atestados y el ajetreo de camareros estresados era total. Carlos localizó una mesa perdida entre la multitud, nos sentamos y pedimos dos cervezas heladas.
Con las bebidas nos relajamos y mientras preparaban los platos de pescado, excelentes, observamos a la gente. Casi no hablamos hasta completar la inspección. Estábamos rodeados de familias numerosas: abuelos, padres, hermanos, niños vivarachos... todo el mundo hablando a gritos y tapando la música que era de las primeras ediciones del Festival de San Remo, de grato recuerdo. Algunas parejas de enamorados eran inmunes al estruendo y se entregaban a gozar de l’amore. Era una estampa que nos retrotraía a décadas atrás. Esa alegre nostalgia era la que nos encandilaba.
No podíamos marcharnos sin un paseo por los restos del castillo normando, los muros de la catedral y las iglesias de San Nicolo Regale o Sant Ignazio. Las calles estaban poco iluminadas, lo que facilitaba que se apreciaron poco los estragos del tiempo en los muros.
Quien vaya a Mazara con más tiempo no debe dejar de visitar el museo del Sátiro, que guarda una escultura en bronce del período helenístico de un sátiro danzante que fue sacado del mar por unos pescadores y que es el orgullo del pueblo. Primero encontraron en las redes una pierna. El resto lo sacaron un año después, en 1998. La restauración duró hasta 2003 y los lugareños temieron que su tesoro se lo quedaran en Roma. Lucharon porque no fuera así.
En ese paseo confirmamos el dato sobre la población magrebí que trabajaba principalmente en la flota pesquera.
Un acierto haber elegido Mazara para cenar y dormir. Quizá habría que haberle hecho más caso.

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