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Sicilia: Sueños de una isla invadida 62. Agrigento III.



La avenida que estructuraba la parte central del yacimiento nos condujo hasta las murallas con sus enormes agujeros desde los que se contemplaba toda la contornada. Aquellos muros estaban cargados de historia y de violencia, habían rechazado enemigos y habían sido derrotados. Los olivos permitían treguas a la acción del sol. Junto a ese eje principal se encontraban otros monumentos, como la tumba de Terón, de estilo dórico-jónico, del siglo III a.C., quizá construido por los romanos para honrar a sus soldados caídos en el cerco de la ciudad. O el templo de Esculapio, que al parecer conservó una estatua de Apolo, obra de Mirón, que fue robada y devuelta varias veces.


La siguiente etapa fue el templo de la Concordia, que debía su nombre a una inscripción encontrada en su interior sobre la concordia de los pueblos. Era el más completo y soberbio, el mejor conservado. Fue mezquita e iglesia, lo que lo salvó de la piqueta. Sus columnas fueron unidas por un muro y se derribó parte del santuario interior. En el siglo XIX, los borbones decidieron devolverlo a su estado anterior, muy similar al actual. Conservaba el frontón sobre seis bellas columnas y a ambos nos recordó al Partenón.


El tercer gran templo de ese eje principal era el de Hércules. Solamente se conservaban ocho columnas, fruto de las labores de reconstrucción. Probablemente fuera del siglo VI a. C. por lo que sería el más antiguo y, según las crónicas, el más hermoso. No podía ser de otra forma ya que Hércules era el símbolo de la guerra y el poder. Fue el héroe nacional de Sicilia. Los habitantes de la ciudad le dedicaban una festividad y le invocaban contra las pesadillas y para dominar la excitación sexual.


Al otro lado, se amontonaba una inmensa cantidad de piedras bien trabajadas y de dimensiones gigantescas. Aún se conservaba en pie un altar, al que nos subimos con cierto peligro. Y, más allá, una figura de piedra con forma de hombre que sostenía sobre su cabeza una construcción actualmente eliminada: era la copia de un telamón, una especie de cariátide. Un aspecto que los diferenciaba era que las cariátides se adherían al muro y sujetaban y se adherían a una columna, mientras que los telamones ostentaban una simple función decorativa. Las columnas del templo eran semicirculares y se incrustaban en un muro corrido que ocupaba toda la fachada frontal. Así, las columnas rompían la uniformidad del muro y se alternaban con él. Entre medias de las columnas había un telamón, que no alcanzaba más que a media altura desde el arquitrabe. Los originales estaban en el museo.


El templo de Hércules fue construido para conmemorar la victoria sobre los cartagineses en Himera. Fueron los cartagineses quienes lo destruyeron, los terremotos remataron la faena y las piedras fueron utilizadas como cantera. Nuevamente, afloraba la leyenda negra que establecía que los españoles utilizaron sus sillares para la construcción de Puerto Empédocle. Por el tamaño de los capiteles su altura pudo ser dos o tres veces mayor que la del templo de la Concordia.


Desde el lugar se divisaba el templo de Cástor y Pólux y el santuario de las Divinidades Otonias. Más allá estaba el templo de Vulcano.
No tuvimos tiempo para visitar el museo arqueológico que aglutinaba una interesantísima colección de objetos.
Se imponía continuar el recorrido.

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