La avenida que estructuraba la
parte central del yacimiento nos condujo hasta las murallas con sus enormes
agujeros desde los que se contemplaba toda la contornada. Aquellos muros
estaban cargados de historia y de violencia, habían rechazado enemigos y habían
sido derrotados. Los olivos permitían treguas a la acción del sol. Junto a ese
eje principal se encontraban otros monumentos, como la tumba de Terón, de
estilo dórico-jónico, del siglo III a.C., quizá construido por los romanos para
honrar a sus soldados caídos en el cerco de la ciudad. O el templo de
Esculapio, que al parecer conservó una estatua de Apolo, obra de Mirón, que fue
robada y devuelta varias veces.
La siguiente etapa fue el templo
de la Concordia, que debía su nombre a una inscripción encontrada en su
interior sobre la concordia de los pueblos. Era el más completo y soberbio, el
mejor conservado. Fue mezquita e iglesia, lo que lo salvó de la piqueta. Sus
columnas fueron unidas por un muro y se derribó parte del santuario interior.
En el siglo XIX, los borbones decidieron devolverlo a su estado anterior, muy
similar al actual. Conservaba el frontón sobre seis bellas columnas y a ambos
nos recordó al Partenón.
El tercer gran templo de ese eje
principal era el de Hércules. Solamente se conservaban ocho columnas, fruto de
las labores de reconstrucción. Probablemente fuera del siglo VI a. C. por lo
que sería el más antiguo y, según las crónicas, el más hermoso. No podía ser de
otra forma ya que Hércules era el símbolo de la guerra y el poder. Fue el héroe
nacional de Sicilia. Los habitantes de la ciudad le dedicaban una festividad y
le invocaban contra las pesadillas y para dominar la excitación sexual.
Al otro lado, se amontonaba una
inmensa cantidad de piedras bien trabajadas y de dimensiones gigantescas. Aún
se conservaba en pie un altar, al que nos subimos con cierto peligro. Y, más
allá, una figura de piedra con forma de hombre que sostenía sobre su cabeza una
construcción actualmente eliminada: era la copia de un telamón, una especie de
cariátide. Un aspecto que los diferenciaba era que las cariátides se adherían
al muro y sujetaban y se adherían a una columna, mientras que los telamones
ostentaban una simple función decorativa. Las columnas del templo eran
semicirculares y se incrustaban en un muro corrido que ocupaba toda la fachada
frontal. Así, las columnas rompían la uniformidad del muro y se alternaban con
él. Entre medias de las columnas había un telamón, que no alcanzaba más que a
media altura desde el arquitrabe. Los originales estaban en el museo.
El templo de Hércules fue
construido para conmemorar la victoria sobre los cartagineses en Himera. Fueron
los cartagineses quienes lo destruyeron, los terremotos remataron la faena y
las piedras fueron utilizadas como cantera. Nuevamente, afloraba la leyenda
negra que establecía que los españoles utilizaron sus sillares para la
construcción de Puerto Empédocle. Por el tamaño de los capiteles su altura pudo
ser dos o tres veces mayor que la del templo de la Concordia.
Desde el lugar se divisaba el
templo de Cástor y Pólux y el santuario de las Divinidades Otonias. Más allá
estaba el templo de Vulcano.
No tuvimos tiempo para visitar
el museo arqueológico que aglutinaba una interesantísima colección de objetos.
Se imponía continuar el
recorrido.
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