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Sicilia: Sueños de una isla invadida 59. La singular comarca de las minas de azufre.



La bendición del secreto de la agricultura de Deméter no había sido, sin embargo, suficiente para sostener a la población de la zona. Los campos eran insuficientes para una población creciente. Y la solución terminó por ser la emigración a Estados Unidos, a Argentina y otros destinos. Ese fue el gran drama de estas gentes. Las minas de azufre de Caltanisetta y de la región hasta Agrigento tampoco fueron la solución y, menos aún, cuando su extracción fue más rentable en otros lugares.
Guy de Maupassant, que visitó Agrigento y su región en la primavera de 1885, destacó el valor de las minas de azufre que suministraban casi todo el mineral que se consumía en el mundo. En esa comarca “todo es de azufre, la tierra, las piedras, la arena, todo”, y escribió:
Al final de la colina de los templos de Girgenti, empieza una sorprendente región que parece el auténtico reino de Satán; pues si –como se creía en otro tiempo- el diablo habita en un vasto país subterráneo, lleno de azufre fundido, donde se ocupa de que hiervan los condenados, no hay duda de que es en Sicilia donde ha establecido su misterioso domicilio.
Probablemente el viajero actual sea ajeno a ese mundo extinguido, un mundo de miseria y tremendas condiciones sanitarias. Muchos de los trabajadores morían en derrumbes o por las jornadas agotadores. El calor reproducía las condiciones del infierno en el interior de las minas. Era habitual el trabajo infantil. Los niños acarreaban en cestos el mineral, jadeando, por una cantidad exigua. Los testimonios de Pirandello, Sciacia o Maupassant impactan por lo inhumano de esa forma de vida. El paisaje acogía las instalaciones abandonadas.
A pocos kilómetros de Agrigento se alzaba la montaña Maccaluba que ofrecía el espectáculo de los afloramientos de azufre. La montaña estaba cubierta de pequeños conos de dos o tres pies de altura:
Parecen pústulas, una monstruosa enfermedad de la naturaleza, pues los conos desprenden un barro caliente semejante a una espantosa supuración del suelo; y a veces lanzan piedras a gran altura, y roncan de un modo extraño mientras expulsan gases. Parece como si gruñeran estos pequeños volcanes sucios, bastardos y leprosos: como si fueran abscesos reventados.
El paisaje de las minas era de auténtica desolación, miserable, maldito, valles “pedregosos, siniestros, con el sello marcado de la reprobación divina, y con una inmensa huella de soledad y pobreza”. A continuación, describe el proceso de obtención del azufre que deja un manantial de este mineral:
El azufre, al salir de las minas, es negruzco, y está mezclado con tierra, con caliza, etc., y forma una especie de piedra dura y quebradiza. Al traer esa materia de las galerías hacen un montículo y a continuación le prenden fuego en su interior. Entonces un incendio lento, continuo, profundo va corroyendo durante semanas enteras el centro de esa montaña artificial, hasta conseguir que se desprenda el azufre puro, que se funde y, al punto, corre -como el agua- por un canalillo.
Nos deslizamos por la carretera hasta Agrigento.

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