La bendición del secreto de la
agricultura de Deméter no había sido, sin embargo, suficiente para sostener a
la población de la zona. Los campos eran insuficientes para una población
creciente. Y la solución terminó por ser la emigración a Estados Unidos, a
Argentina y otros destinos. Ese fue el gran drama de estas gentes. Las minas de
azufre de Caltanisetta y de la región hasta Agrigento tampoco fueron la
solución y, menos aún, cuando su extracción fue más rentable en otros lugares.
Guy de Maupassant, que visitó
Agrigento y su región en la primavera de 1885, destacó el valor de las minas de
azufre que suministraban casi todo el mineral que se consumía en el mundo. En
esa comarca “todo es de azufre, la tierra, las piedras, la arena, todo”, y
escribió:
Al final
de la colina de los templos de Girgenti, empieza una sorprendente región que
parece el auténtico reino de Satán; pues si –como se creía en otro tiempo- el
diablo habita en un vasto país subterráneo, lleno de azufre fundido, donde se
ocupa de que hiervan los condenados, no hay duda de que es en Sicilia donde ha
establecido su misterioso domicilio.
Probablemente el viajero actual
sea ajeno a ese mundo extinguido, un mundo de miseria y tremendas condiciones
sanitarias. Muchos de los trabajadores morían en derrumbes o por las jornadas
agotadores. El calor reproducía las condiciones del infierno en el interior de
las minas. Era habitual el trabajo infantil. Los niños acarreaban en cestos el
mineral, jadeando, por una cantidad exigua. Los testimonios de Pirandello,
Sciacia o Maupassant impactan por lo inhumano de esa forma de vida. El paisaje
acogía las instalaciones abandonadas.
A pocos kilómetros de Agrigento
se alzaba la montaña Maccaluba que ofrecía el espectáculo de los afloramientos
de azufre. La montaña estaba cubierta de pequeños conos de dos o tres pies de
altura:
Parecen
pústulas, una monstruosa enfermedad de la naturaleza, pues los conos desprenden
un barro caliente semejante a una espantosa supuración del suelo; y a veces
lanzan piedras a gran altura, y roncan de un modo extraño mientras expulsan
gases. Parece como si gruñeran estos pequeños volcanes sucios, bastardos y
leprosos: como si fueran abscesos reventados.
El paisaje de las minas era de
auténtica desolación, miserable, maldito, valles “pedregosos, siniestros, con
el sello marcado de la reprobación divina, y con una inmensa huella de soledad
y pobreza”. A continuación, describe el proceso de obtención del azufre que
deja un manantial de este mineral:
El azufre,
al salir de las minas, es negruzco, y está mezclado con tierra, con caliza,
etc., y forma una especie de piedra dura y quebradiza. Al traer esa materia de
las galerías hacen un montículo y a continuación le prenden fuego en su
interior. Entonces un incendio lento, continuo, profundo va corroyendo durante
semanas enteras el centro de esa montaña artificial, hasta conseguir que se
desprenda el azufre puro, que se funde y, al punto, corre -como el agua- por un
canalillo.
Nos deslizamos por la carretera
hasta Agrigento.
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