No fue fácil encontrar un lugar
donde comer. Estaba todo cerrado, como si hubieran apagado el interruptor de la
vida del pueblo hasta después de la siesta. Las calles estaban desiertas.
Encontramos un pequeño restaurante sin ninguna pretensión, pero con buenos
alimentos, el típico lugar que aconsejarías a tus colegas (papear es lo
importante) y que te costaría una bronca con tu pareja por lo cutre de la
decoración y el entorno. Con unas buenas ensaladas y unas improvisadas
brochetas de cordero, más unas buenas cervezas, aparcamos los sufrimientos de
Deméter y Perséfone y los nuestros propios y repusimos fuerzas.
Con la tripa llena la percepción
volvió a ser buena. No pudimos entrar al castillo pero rodeamos sus murallas
sobre la peña clara y observamos el paisaje ondulado con los campos color ocre
claro. La ciudad se desplegaba sobre la montaña. En su falda, el verdor del
bosque.
Junto a los muros de la
fortaleza se encontraba la escultura de Euno, el esclavo sirio que llegó a
fundar un reino en Enna. Se le representaba emitiendo un grito, puede que por
haberse librado de las cadenas, de la esclavitud o por su proclamación como
rey. Hacia el 139-140 a.C., durante las bellum
servile o Primera Guerra Servil o Esclava, logró alzar a un considerable
número de esclavos (a los que denominó sus sirios) y tomar la ciudad, donde
decidió establecer su capital hasta que menos de una década después fuera
vencido.
Euno tomó el nombre de Antíoco y
en el plano religioso se decantó por la exaltación de la diosa Deméter, que
recordaba a su diosa local, Atargatis, y que fue aceptada con entusiasmo por
sus fieles. La diosa fue un elemento aglutinador. Por ello eligió Enna como
capital. Por aquella época Enna era un importante centro sagrado de divinidades
femeninas o de la Gran Madre. Incluso llegó a emitir moneda con su efigie,
compartida con la de la diosa.[1]
Ante nosotros estaba
Calascibetta sobre otra loma, de casas abigarradas, juntas y bajas. Ambas
poblaciones fueron objeto de asedio y conquista por árabes y normandos.
Dominarla significaba dominar una parte importante del centro de la isla.
Atravesamos vía Roma,
disfrutamos de las fachadas de sus palacios, entramos a la catedral, que mezclaba
estilos y tesoros. La disfrutamos en solitario, sin ninguna persona que
perturbara nuestra observación. La nave central estaba despejada y daba la
sensación de amplitud. Cuadros, retablos, el púlpito y la decoración barroca
conformaban un buen conjunto.
Esta Sicilia profunda y
tradicional quedaba al margen del turismo. Decían que sería el futuro destino
de los visitantes, aunque dudo que lo sea a corto plazo. Por eso nos deleitó su
autenticidad, este paseo por el pasado que aún no se había extinguido por el
influjo destructor de las masas.
La autopista nos llevó hasta
Caltanisetta y Agrigento.
[1]
Es interesante el estudio Adorando a
Deméter. Euno-Antíoco y la diosa de Enna, de María Luisa Sánchez León,
publicado en Gerión, 2004, 22, nº 1, páginas 135-145.
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