Hacía el siglo III, el Imperio
Romano había entrado en crisis, lo que había significado un retroceso
considerable de la vida urbana. Las ciudades se despoblaron en favor del campo.
Es la época en la que se forman grandes latifundios que, posteriormente, serán
el germen de los feudos. La villa romana que visitamos probablemente fuera la
casa de un gran señor vinculado con la familia imperial. Desde la misma, en el
monte Mangone, dominaba su hacienda. No se privó de ningún lujo.
Después de aquel trayecto
extenuante quedamos un poco decepcionados. Una parte importante de la Villa del
Casale estaba de reformas, con lo que no tuvimos acceso a varias de las
estancias. El calor era además demoledor ya que esas estancias seguían estando
cubiertas por un tejado translúcido que provocaba un efecto invernadero
tremendo. La sudada fue épica. Predestinaba a observar los mosaicos con prisa
por salir e hidratarse. Pero había que sobreponerse y disfrutar de aquel legado
de lujo y sofisticación.
En la anterior ocasión realicé
la visita a conciencia y compré un libro –con una traducción tremenda- que
estudié en profundidad. Fusioné aquellos recuerdos con éstos y rescaté las
fotos y los textos de ambas visitas para compartir aquella experiencia.
Entramos
por un patio rodeado de columnas. La zona de las termas, de los baños, al
oeste, con el frigidarium y el caldarium y, entre ambos, el tepidarium, las salas fría, caliente y
templada, eran visibles desde ese punto. En la zona de termas las escenas estaban
relacionadas con el mar, siguiendo la pauta de que los mosaicos se inspiraban
en el uso de la estancia. La decoración era protagonizada por personajes
mitológicos y angelitos pescando. Más curiosa era la letrina, con sus tres
huecos (para seguir dialogando, sin duda) y un suelo decorado a base de
animales, un burro y un gato que saltaban felices. Quizá la representación de
una fábula con valores intestinales. El gimnasio era el primer contacto con el
interior. Era fácil de diferenciar por los dibujos de cuádrigas. La competición
había terminado y el vencedor era agasajado por el magistrado que otorgaba los
premios.
Los mosaicos se habían
conservado tan magníficamente como consecuencia de un aluvión de barro ocurrido
en el siglo XII. El precio fue la pérdida del resto de la decoración que
adornaba techos y paredes. Abundaban las escenas mitológicas con dioses y
héroes, con Licurgo y Ambrosia, con Pan y Eros, Ulises y Polifemo, Apolo y
otros personajes clásicos. También había escenas cotidianas, como el baño, la
caza, en los corredores de la caza mayor -como si fuera un safari- y la caza
menor, el circo máximo de Roma, la pesca o un embarque. A los humanos, dioses y
héroes acompañaban animales de todas clases, tanto de la zona como africanos,
salvajes o domésticos, o mitológicos, como el fénix o el grifo. Muchos niños
jugaban en las diversas escenas.
Subimos
por el andamiaje y empezamos el recorrido del gran peristilo cuadrado, el patio
central que estructuraba la villa. En el centro había una gran piscina o
estanque con una pequeña figura. En torno al peristilo, diversas salas donde se
desarrollaban facetas de la vida diaria de los sucesivos moradores,
habitaciones para uso familiar o de invitados, de las necesidades de la casa.
El pasillo o galería que rodeaba el peristilo era una sucesión de medallones
representando animales, algunos de ellos ajenos a la fauna propia de Sicilia.
Quizá porque esclavos y artesanos africanos trabajaron en ellos. Los mosaicos
se conservaban bien, con una leve capa de polvo y arenilla que los deslucía un
poco.
En
las pequeñas salas de la izquierda se encontraban varias estancias y varias
escenas. La más famosa era la de la escena erótica, que servía para ilustrar
algunas portadas de publicaciones. Estaba claro que esta era la sala del amor.
Dos amantes se besaban ardorosamente mientras iban perdiendo los ropajes y la
timidez. Alrededor, en hexágonos y círculos, retratos de mujeres con curiosos
peinados de la época. Alguna sirvió de inspiración para ensayar nuevas ideas en
el pelo.
Una
escena de caza era la más impresionante, la culminación del viaje por el corredor.
Su realismo y precisión eran fabulosos. El suelo estaba algo abombado y se notaban
algunos desperfectos por los movimientos de tierras. Impresionaba el movimiento
de los animales que, fruto de una técnica depurada, los dotaba de vida, los
materializaba en cuerpos que combatían o se defendían. Nuevamente animales de
otras latitudes: antílopes, leones. Y un grupo humano formado por criados que
colaboraban en la batida, persecuciones, hombres a caballo o protegidos por
escudos que se entremezclaban con carros, adornos del horizonte y presas defendiendo
su pellejo para dar emoción a la cacería.
A
mitad de camino estaba la basílica, al este. Pero la sala más curiosa era la de
las diez jóvenes. Las diez jóvenes vestidas con ... ¡bikinis! ¡Para que luego
digan que no eran modernos los romanos! Los bikinis eran más bien de la década
de los sesenta. Las chicas practicaban deportes, algunos tan curiosos como peso
o disco. Otras jugaban con una pelota, comían o contemplaban a sus compañeras.
Al
sur estaba el triclinio o comedor
adornado con escenas de los trabajos de Hércules.
Hasta
las vitrinas estaban decoradas con mosaicos.
Tomamos el coche y nos pusimos
en camino hacia el centro de la isla: Enna.
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