Pero ese mundo que cabalgaba por
el siglo XVIII, el de las Luces, el de la Ilustración, el que pondrá las bases
para el cambio futuro, ya va atisbando la revolución que la llevará a
desaparecer o a transformarse. El cambio tardará en llegar aunque “en el futuro
el mundo pertenecerá a los especuladores, a los ladrones, a los acaparadores, a
los enredadores y a los asesinos”. Quizá con ello se refería a la Mafia. La
nobleza perderá su lugar preeminente, lo que consideran un desastre
irreparable, “porque con los nobles se perderá una cosa incalculable: ese
sentido espontáneo de lo absoluto, esa gloriosa imposibilidad de acumular o
ahorrar, ese exponerse con osadía divina a la nada que a todos nos devora sin
dejar rastros”. Sólo quedaron sus vestigios, los restos de aquel esplendor,
aunque el esplendor se traducía en cenas de treinta platos y otras
extravagancias. Otros tomarían su relevo, sin duda.
Era, quizás, que todo cambie
para que todo siga igual. Los poderosos continúan en lo más alto y continúan
dominando a los de abajo. Y de vez en cuando hay algún movimiento en los de en
medio para derrocar a los de arriba, sin intención de que cambie el orden
político, social o económico si no para que sean otros los que se aprovechen de
esos mecanismos de dominación.
Los nobles fueron lo
suficientemente hábiles para reconvertirse en diputados, concejales o alcaldes,
en las nuevas instancias democráticas. Los de abajo consideraban que eran los
que estaban verdaderamente bien preparados para gobernar, para seguir
dirigiendo al pueblo. Si lo trasladáramos a nuestros días apreciaríamos que los
que detentan el poder lo siguen haciendo, si bien bajo otro título. Si permiten
el ascenso de los mejores es para asimilarlos, para integrarlos y hacerles partícipes
del sistema pero sin intención alguna de que cambie algo, salvo lo cosmético o
de fachada. Esto funciona así. Nuevamente los personajes de De Roberto lo
manifiestan:
Por otra
parte, se daba cuenta de que las acusaciones de aristócrata tampoco le perjudicaban
demasiado ante la gran mayoría de un pueblo que, durante siglos, había sido
educado en el respeto y la admiración por los señores, como si estuviera
orgulloso de sus fastos y su poder…
…Consalvo
sonreía indulgentemente. ¡Como si, aún admitiendo la posibilidad de que de un
plumazo se pudieran abolir todas las diferencias sociales, no volvieran a
crearse otra vez al día siguiente, por ser los hombres de diferentes
naturalezas, por lo que en cualquier época y bajo cualquier régimen el astuto
acabaría engañando al simple, y el audaz se anticiparía al tímido, y el fuerte
sojuzgaría al débil! A pesar de ello se plegaba, y del espíritu de los nuevos
tiempos lo admitía todo, de palabra.
El libro termina con un largo
discurso ante el pueblo por parte de Consalvo en el final de su campaña como
diputado, una conversación con su hermana Teresa, ya nombrado, y un monólogo
ante su tía Ferdinanda. Se ha completado la transición para que todo siga
igual, porque el pueblo necesita ese tipo de personajes, "como si estuviera
orgulloso de sus fastos y su poder", esos mitos a los que aspirar, esas
imágenes que nunca podrán disfrutar si no es por vía de ellos.
La ambición por el poder y el
camaleonismo político, no han perdido su actualidad. Cambian las formas,
cambian las procedencias. La alienación del pueblo, para que no incordie y no
intervenga, continúa.
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