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Sicilia: Sueños de una isla invadida 50. La nobleza.


La nobleza y el clero fueron dos de los grandes poderes hasta épocas relativamente recientes. En El archivo de Egipto, Sciascia pone en boca de uno de sus personajes, Giovanni Meli, la afirmación de que los nobles eran la sal de la tierra de Sicilia. Otro de ellos le contestará que eran el privilegio y la libertad de la isla. Es el descenso de su poder lo que retratan libros como El gatopardo, de Lampedusa, o Los Virreyes, de De Roberto. Aunque se extinguiera hace décadas algo había quedado de su mentalidad. Los numerosos y espectaculares palacios de pueblos y ciudades eran el más claro vestigio de su existencia y poderío.
Eran peculiares, caprichosos, extravagantes. Se consideraban de otro mundo, por encima del bien y del mal, no sometidos a otra autoridad que no fuera la propia o, en extremo, la del rey. Un pasaje de Los Virreyes lo retrata perfectamente:
-Había tenido tal pasión por los caballos (referido al padre de dama Ferdinanda) que todos los años en invierno mandaba construir un pasadizo cubierto en medio de la calle, con objeto de que sus animales estuvieran siempre bajo techo.
-¿Y podían pasar las demás personas? -preguntó el principito.
-Podían pasar siempre que no fuera la hora del paseo del príncipe -contestó dama Ferdinanda -. ¡Si él salía, todos se retiraban para dejarle paso!
… Una vez que el capitán de justicia se atrevió a pasar con su propio carruaje delante del suyo, ¿sabes lo que hizo mi abuelo? ¡Esperó su regreso, ordenó al cochero que se le echara encima con los caballos, le destrozó el carruaje y le propinó una soberana paliza!... En aquel tiempo los señores se hacían respetar... ¡no como ahora que les dan la razón a los ineptos!
Lo importante era la sangre, el linaje. El patrimonio y las rentas solían venir incididas por los privilegios y tierras que les habían concedido y que otros explotaban para su beneficio. Si la familia se arruinaba siempre tenía la posibilidad de unirse a otra familia que tuviera dinero, pero no linaje, para que ascendiera en la escala social. Durante un tiempo se les calificaría de advenedizos, se les echaría en cara su sangre poco pura pero al final consolidarían su rango. Comprar y vender nobleza mediante el matrimonio era una práctica consolidada.

Dedicarse a una profesión estaba mal visto, casi un insulto al estamento. Es verdad que hubo nobles cultos, dedicados al pensamiento y la ciencia, aunque fueron los menos. Y vuelvo a Los Virreyes y a dama Ferdinanda para conocer el pensar y sentir de la nobleza a ultranza:
-¡No me hables tú también del progreso! -saltó dama Ferdinanda-. ¡Comporta el progreso que un niño tenga que romperse la cabeza sobre los libros como un maestro notario! ¡En mi época, los jóvenes aprendían esgrima, montaban a caballo e iban de caza igual que habían hecho sus padres y sus abuelos!
Cuando un miembro de la familia se planteaba estudiar para abogado levantaba las críticas más feroces o se mofaban del hijo que decidía dirigir una explotación agraria.
Era tradición dedicar un hijo a la Iglesia, el otro poder político y económico. Por supuesto, su destino en ella no podía ser el de un monje, fraile o cura cualquiera. Los nobles alimentaban a la Iglesia de priores, abades, obispos y los altos cargos, tanto en la rama masculina como femenina.

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