La nobleza y el clero fueron dos
de los grandes poderes hasta épocas relativamente recientes. En El archivo de Egipto, Sciascia pone en
boca de uno de sus personajes, Giovanni Meli, la afirmación de que los nobles
eran la sal de la tierra de Sicilia. Otro de ellos le contestará que eran el
privilegio y la libertad de la isla. Es el descenso de su poder lo que retratan
libros como El gatopardo, de
Lampedusa, o Los Virreyes, de De
Roberto. Aunque se extinguiera hace décadas algo había quedado de su mentalidad.
Los numerosos y espectaculares palacios de pueblos y ciudades eran el más claro
vestigio de su existencia y poderío.
Eran peculiares, caprichosos,
extravagantes. Se consideraban de otro mundo, por encima del bien y del mal, no
sometidos a otra autoridad que no fuera la propia o, en extremo, la del rey. Un
pasaje de Los Virreyes lo retrata
perfectamente:
-Había
tenido tal pasión por los caballos (referido al padre de dama Ferdinanda) que
todos los años en invierno mandaba construir un pasadizo cubierto en medio de
la calle, con objeto de que sus animales estuvieran siempre bajo techo.
-¿Y
podían pasar las demás personas? -preguntó el principito.
-Podían
pasar siempre que no fuera la hora del paseo del príncipe -contestó dama
Ferdinanda -. ¡Si él salía, todos se retiraban para dejarle paso!
… Una
vez que el capitán de justicia se atrevió a pasar con su propio carruaje
delante del suyo, ¿sabes lo que hizo mi abuelo? ¡Esperó su regreso, ordenó al
cochero que se le echara encima con los caballos, le destrozó el carruaje y le
propinó una soberana paliza!... En aquel tiempo los señores se hacían
respetar... ¡no como ahora que les dan la razón a los ineptos!
Lo importante era la sangre, el
linaje. El patrimonio y las rentas solían venir incididas por los privilegios y
tierras que les habían concedido y que otros explotaban para su beneficio. Si
la familia se arruinaba siempre tenía la posibilidad de unirse a otra familia
que tuviera dinero, pero no linaje, para que ascendiera en la escala social.
Durante un tiempo se les calificaría de advenedizos, se les echaría en cara su
sangre poco pura pero al final consolidarían su rango. Comprar y vender nobleza
mediante el matrimonio era una práctica consolidada.
Dedicarse a una profesión estaba
mal visto, casi un insulto al estamento. Es verdad que hubo nobles cultos,
dedicados al pensamiento y la ciencia, aunque fueron los menos. Y vuelvo a Los Virreyes y a dama Ferdinanda para
conocer el pensar y sentir de la nobleza a ultranza:
-¡No me
hables tú también del progreso! -saltó dama Ferdinanda-. ¡Comporta el progreso
que un niño tenga que romperse la cabeza sobre los libros como un maestro
notario! ¡En mi época, los jóvenes aprendían esgrima, montaban a caballo e iban
de caza igual que habían hecho sus padres y sus abuelos!
Cuando un miembro de la familia
se planteaba estudiar para abogado levantaba las críticas más feroces o se
mofaban del hijo que decidía dirigir una explotación agraria.
Era tradición dedicar un hijo a
la Iglesia, el otro poder político y económico. Por supuesto, su destino en
ella no podía ser el de un monje, fraile o cura cualquiera. Los nobles
alimentaban a la Iglesia de priores, abades, obispos y los altos cargos, tanto
en la rama masculina como femenina.
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