Repasando las fotos y las notas
de aquellos dos viajes me resulta complicado trazar las rutas realizadas.
Verdaderamente sería absurdo intentarlo ya que la ruta más correcta es la de la
intuición, la de dejarse llevar por el entramado laberíntico de calles de la
isla que está unida a la parte continental mediante los puentes Umbertino y de
Santa Lucía, patrona de la ciudad.
Es probable que en la actualidad
ya no se pueda circular por Ortigia. Hace unos años aún se permitía a los
residentes. Para el resto, leí que ofrecían unos autobuses que, sinceramente,
no los recuerdo. Prohibir el tráfico es bueno para el visitante que así podrá
disfrutar de los palacios, las iglesias y los rincones a paso lento, paladeando
cada momento. Esa es la forma de asimilar esta parte de la ciudad.
Aquí estuvo originariamente la
colonia fundada en el 734 a. C., por los corintios, cerca del torrente Syrako,
que le daría nombre, según la guía. Desde este lugar se fue extendiendo hasta
formar Acradina, un poco más al norte. El lugar ofrecía un pequeño puerto al
nordeste, y una ensenada más grande, el Puerto Grande, al oeste. Aquel emporio
comercial dominó la parte oriental de la isla y una parte del Mediterráneo.
Pero entró en decadencia y los romanos la saquearon en el 211 a. C. y los
sarracenos hicieron lo propio en el 878.
El punto de partida podría ser
el templo de Apolo, dórico, del siglo VII a. C., el más antiguo de la ciudad.
Quedó rodeado por casas de vecinos. Fue preservado durante siglos al ser
utilizado por los sucesivos cultos como basílica, mezquita e iglesia.
Por corso Giacomo Matteotti se alcanza la piazza Archemide, en honor del ilustre matemático Arquímedes, con
la fuente de Diana o Artemisa, la diosa de la caza. El Banco di Sicilia queda a
su espalda. En 1996 estaba cubierta de plástico y en fase de restauración. En 2010
lucía con todo su esplendor, que mantiene en la actualidad.
La piazza del Duomo queda cerca, en un requiebro de calles. Es
alargada y no tiene desperdicio. Recuerdo haber comido a la sombra de la
iglesia de Santa Lucía alla Badia, que exhibe en su fachada un glorioso escudo
español. La patrona tiene otra iglesia en la zona continental, Santa Lucía al
Sepolcro. En el museo Regional de Arte Medieval y Moderno se encuentra La sepultura de Santa Lucía de
Caravaggio. La Santa-mártir está en el corazón de los lugareños.
Sin duda, el monumento central
es la catedral, sobre el antiguo templo de Atenea, del que aprovechó una parte
de su estructura. En el interior se aprecian aún las 36 columnas de 9 metros de
alto y 2 metros de diámetro. Están unidas por un muro. La fachada es barroca y
en la entrada forman guardia San Pedro y San Pablo. La zona del ábside es
luminosa y los frescos amenizan su cubierta. Conserva un altar sículo del siglo
VIII a. C., uno de los escasos vestigios de los primitivos pobladores de la
isla.
No puedo precisar dónde comimos
Carlos y yo. Era un agradable emparrado que bloqueaba el sol. Estaba al margen
de las rutas turísticas, un lugar tranquilo donde reponer las fuerzas. Uno de
esos rincones anónimos que recuerdas durante mucho tiempo después del viaje. En
esa misma zona estuvieron alojados María y Borja años después. En la noche, la
ciudad se vacía de turistas y queda un remanso de paz para perderse entre los
palacios góticos y barrocos y las múltiples iglesias. Abundan los hoteles y
restaurantes que ofrecen un buen servicio.
Quizá parte de aquel entramado
por el que transitamos fuera el antiguo ghetto judío, del que se conservaban
unos baños. Al pertenecer a la corona española, sus habitantes tuvieron que
abandonarlo por la orden de expulsión de 1492.
La fuente Aretusa puede quedar
en una mera anécdota si no se conoce la leyenda que la acompaña. Virgilio la
nombra en el libro III de la Eneida, en el viaje realizado por Eneas rodeando
la isla:
La llamaron Ortigia sus
antiguos moradores.
Cuentan que Alfeo, el río
de la Élide, se abrió un secreto cauce bajo el mar]
y ahora en tu fuente,
Aretusa, entrefunde sus ondas con las ondas sicilianas].
Estaba separada del mar por un
muro y poblada de plantas de papiro de extensas cabelleras y de patos y peces.
Siéntate observando la fuente y meditando sobre la peculiar historia de amor
entre la ninfa Aretusa y el dios Alfeo. En una versión, la ninfa se arroja al
mar para huir de él pero la diosa Artemide la transforma en una fuente que,
desaparecida debajo de tierra en Grecia, apareció nuevamente en este preciso
lugar. Alfeo, transformado en río, también atravesó el mar para brotar con ímpetu
a breve distancia de la fuente.
Avanzamos por el lateral hasta
el castillo Maniace, del siglo XIII, obra de Federico II para fortalecer las
defensas de la ciudad. Aún conservaba uso militar.
De camino al coche disfrutamos
nuevamente del ambiente general de Ortigia.
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