Había que elegir entre seguir
hacia el Antico Teatro Lineare o hacia las Latomías. Nos decantamos por éstas.
Lo que ahora era un jardín agradable,
la Latomie del Paradiso, fue una cantera en donde acabaron aquellos
desafortunados atenienses, y otros enemigos, que fueron hechos prisioneros en
las múltiples guerras que mantuvo la ciudad-estado. Muchos de ellos murieron
extenuados por el trabajo o fueron vendidos como esclavos. Es posible que
también fueran utilizadas las canteras como un elemento defensivo. Dimos un
paseo y nos acercamos a la Oreja (o el oído) de Dionisio (Orecchio di
Dionisio), como fue bautizada por Caravaggio. Esta peculiar gruta, construida
por el tirano Dionisio, gozaba de una especial acústica, que comprobamos. Era
posible escuchar con claridad las conversaciones ajenas, como hacía el tirano
para saber las intenciones de huida de sus enemigos. Había un
truco: el sonido necesitaba una distancia mínima para propagarse, con lo que si
uno se adentraba en exceso y no dejaba al menos catorce metros (creo que esta era
la distancia), no se escuchaba el sonido. Nos lo demostró nuestro guía en aquel
entonces y asistimos también a una nueva exhibición de otro guía. Solicitan del
público el silencio necesario. Primero batían palmas, luego hacían pitos con
los dedos al chascarlos y más tarde dejaban caer una moneda. El mismo ritual
demostrativo al saber dónde ponerse para que no haya efecto de rebote sónico y
el silencio sea total.
Nos
hubiera gustado acercarnos al Angolo del Papiro, una visita que ya deseché en
mi anterior desplazamiento, o al Tecnoparco Archimede, donde se disfrutaba de
los artilugios del sabio griego natural de esta ciudad, que se dice que estaba
enterrado en la cercana necrópolis de Grotticelli. El físico y matemático
formuló el principio hidrostático del mismo nombre, e inventó de la catapulta,
la polea compuesta, los espejos cóncavos y el tornillo de Arquímedes.
Pero se hacía tarde y nos
esperaba Ortigia.
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