Enfrentando la mirada al gran puerto
de Siracusa trato de imaginarme a la flota ateniense enfrentada a la de la ciudad.
Aquellos combates pusieron las bases para la caída de Atenas y su imperio. Fue
la denominada Expedición de Sicilia.
¿Por qué se embarcaron los
atenienses en una empresa tan arriesgada y lejana? Sin duda, por el deseo de
expandir su imperio y por el afán de gloria y riquezas. También por la
intervención de un personaje singular: Alcibiades.
La ciudad de Segesta, aliada de
Atenas, estaba en conflicto con Selinunte, ciudades que visitamos en nuestro
recorrido por la isla y que indirectamente impulsaron a una guerra de
dimensiones mucho mayores que las que se pudieran esperar entre dos vecinos mal
avenidos. La historia está plagada de esos conflictos locales que arrastran
alianzas hacia una guerra total de consecuencias impensables. Todo puede irse
de las manos.
Atenas, que encabezaba la Liga
de Delos desde la victoria contra Persia en las Guerras Médicas, había
acumulado un gran poder que se había traducido en un imperio que abarcaba las
islas del Egeo, territorios en Jonia, la costa de Asia Menor, la costa de
Tracia y el Mar Negro. Su flota era un arma temible. Sin embargo, sus
incursiones más allá de ese ámbito propiamente griego habían fracasado.
Pericles, en su último discurso público, había aconsejado conservar el imperio,
pero no ampliarlo. Esta fue la postura de Nicias, un estratega partidario de no
intervenir directamente ya que aún era necesario recuperarse de la primera
parte de la Guerra del Peloponeso contra Esparta y sus aliados. Él fue quien
negoció la paz que disfrutaban en aquel momento de finales del siglo V.
Frente a esta opinión se alzó la
del convincente Alcibiades, vencedor en las carreras de cuádrigas de los Juegos
Olímpicos, joven, guapo, con labia, un seductor de las masas. Apelará a la
vanidad para convencer a sus conciudadanos con su llamada hacia la gloria.
¡Cuántos políticos actuales nos recuerdan a este Alcibiades! El gran Tucídides
no le tragaba y dejará constancia de su animadversión en su obra. Tampoco era
santo de su devoción para el excelente autor de comedias Aristófanes, que le
satirizó en una de sus obras.
Venció la postura de Alcibiades
y se preparó una inmensa flota con más de un centenar de trirremes, otro
centenar de barcos de apoyo y auxiliares y unos veinte mil efectivos entre
soldados y otros componentes de aquella fuerza estremecedora.
Al alcanzar las costas de
Sicilia fueron informados de que las supuestas riquezas de Segesta para pagar
la campaña eran un engaño y que las de Selinunte que se pudieran apropiar vía
pillaje desmerecían considerablemente. ¡Tremendo chasco! Cambio de planes:
atacarían a la acaudalada Siracusa, la polis fundada por Corinto que era la más
rica y poderosa de Sicilia.
Antes de la partida de la flota
y los ejércitos de Atenas se había producido la profanación de las imágenes de
Hermes, el dios protector de los caminos y las encrucijadas. Los causantes de
semejante sacrilegio fueron los partidarios de Alcibiades, que ya habían
causado otros desmanes. Atenas había decidido juzgarle, por lo que había
mandado un barco con el propósito de llevarle de vuelta a la ciudad. Pero la
nutrida nómina de espías de Alcibiades se enteró de estos propósitos, le
advirtió y facilitó su huida. ¿Y a dónde fue a refugiarse? Al mayor enemigo de
Atenas: Esparta.
El vil traidor -nunca me fue
simpático este guaperas- facilitó información relevante a Esparta. Atenas había
quedado desprotegida por lo que se dispuso a atacar a la misma y a incordiar su
comercio terrestre. Además, mandó a uno de sus generales más preparados para
ayudar en la resistencia contra los atenienses.
Miro ahora hacia el interior y
busco dónde se encontraban el muro erigido por Atenas para aislar a Siracusa y
el que edificó ésta para contrarrestar aquél. La ciudad quedó sitiada pero los
atenienses no consiguieron su objetivo. Nicias, que era uno de los tres
generales designados para la campaña, junto con Alcibiades, y a su pesar, tuvo
que solicitar refuerzos (Tucídides, libro 7,8-16) e incluso pedía su
repatriación debido a las enfermedades que sufría.
Un hecho agravó la situación.
Cuando los atenienses decidieron retirarse, ocurrió un eclipse lunar, que fue
interpretado como un mal augurio. El eclipse obligaba a un periodo de
purificación de 25 días que fueron la puntilla para las tropas. Al iniciar la
evacuación terrestre se separaron las tropas en dos grupos, el de Nicias y el
del tercer estratega, Lémaco. Las fuerzas de Siracusa las diezmaron en el río,
a donde acudieron para saciar la sed y combatir el calor asfixiante, similar al
que cualquier sufrido turista aguanta en verano. Los que sobrevivieron fueron
empleados en las canteras, las Latomías, y murieron al poco tiempo o fueron
vendidos como esclavos.
Resultado: la flota quedó
seriamente mermada, el ejército casi perdido y las arcas del tesoro vacías. Sin
embargo, aquella catástrofe no fue suficiente para derrotar a Atenas de forma
inmediata ya que aún tuvo fuerzas para combatir a Esparta y sus aliados durante
cinco años más.
Alcibiades huirá de Esparta
tiempo después al crecer su impopularidad por cortejar a la esposa de uno de
los reyes de la ciudad. Aún acudió a Atenas como héroe y salvador, pero terminó
en Persia. Allí se pierde su rastro. A saber qué otras intrigas tejió en Asia.
Las tímidas olas del puerto y la
calma reinante no dan idea de tanto combate.
0 comments:
Publicar un comentario