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Sicilia: Sueños de una isla invadida 41. Siracusa y la derrota de Atenas.



Enfrentando la mirada al gran puerto de Siracusa trato de imaginarme a la flota ateniense enfrentada a la de la ciudad. Aquellos combates pusieron las bases para la caída de Atenas y su imperio. Fue la denominada Expedición de Sicilia.
¿Por qué se embarcaron los atenienses en una empresa tan arriesgada y lejana? Sin duda, por el deseo de expandir su imperio y por el afán de gloria y riquezas. También por la intervención de un personaje singular: Alcibiades.
La ciudad de Segesta, aliada de Atenas, estaba en conflicto con Selinunte, ciudades que visitamos en nuestro recorrido por la isla y que indirectamente impulsaron a una guerra de dimensiones mucho mayores que las que se pudieran esperar entre dos vecinos mal avenidos. La historia está plagada de esos conflictos locales que arrastran alianzas hacia una guerra total de consecuencias impensables. Todo puede irse de las manos.

Atenas, que encabezaba la Liga de Delos desde la victoria contra Persia en las Guerras Médicas, había acumulado un gran poder que se había traducido en un imperio que abarcaba las islas del Egeo, territorios en Jonia, la costa de Asia Menor, la costa de Tracia y el Mar Negro. Su flota era un arma temible. Sin embargo, sus incursiones más allá de ese ámbito propiamente griego habían fracasado. Pericles, en su último discurso público, había aconsejado conservar el imperio, pero no ampliarlo. Esta fue la postura de Nicias, un estratega partidario de no intervenir directamente ya que aún era necesario recuperarse de la primera parte de la Guerra del Peloponeso contra Esparta y sus aliados. Él fue quien negoció la paz que disfrutaban en aquel momento de finales del siglo V.
Frente a esta opinión se alzó la del convincente Alcibiades, vencedor en las carreras de cuádrigas de los Juegos Olímpicos, joven, guapo, con labia, un seductor de las masas. Apelará a la vanidad para convencer a sus conciudadanos con su llamada hacia la gloria. ¡Cuántos políticos actuales nos recuerdan a este Alcibiades! El gran Tucídides no le tragaba y dejará constancia de su animadversión en su obra. Tampoco era santo de su devoción para el excelente autor de comedias Aristófanes, que le satirizó en una de sus obras.
Venció la postura de Alcibiades y se preparó una inmensa flota con más de un centenar de trirremes, otro centenar de barcos de apoyo y auxiliares y unos veinte mil efectivos entre soldados y otros componentes de aquella fuerza estremecedora.
Al alcanzar las costas de Sicilia fueron informados de que las supuestas riquezas de Segesta para pagar la campaña eran un engaño y que las de Selinunte que se pudieran apropiar vía pillaje desmerecían considerablemente. ¡Tremendo chasco! Cambio de planes: atacarían a la acaudalada Siracusa, la polis fundada por Corinto que era la más rica y poderosa de Sicilia.


Antes de la partida de la flota y los ejércitos de Atenas se había producido la profanación de las imágenes de Hermes, el dios protector de los caminos y las encrucijadas. Los causantes de semejante sacrilegio fueron los partidarios de Alcibiades, que ya habían causado otros desmanes. Atenas había decidido juzgarle, por lo que había mandado un barco con el propósito de llevarle de vuelta a la ciudad. Pero la nutrida nómina de espías de Alcibiades se enteró de estos propósitos, le advirtió y facilitó su huida. ¿Y a dónde fue a refugiarse? Al mayor enemigo de Atenas: Esparta.
El vil traidor -nunca me fue simpático este guaperas- facilitó información relevante a Esparta. Atenas había quedado desprotegida por lo que se dispuso a atacar a la misma y a incordiar su comercio terrestre. Además, mandó a uno de sus generales más preparados para ayudar en la resistencia contra los atenienses.
Miro ahora hacia el interior y busco dónde se encontraban el muro erigido por Atenas para aislar a Siracusa y el que edificó ésta para contrarrestar aquél. La ciudad quedó sitiada pero los atenienses no consiguieron su objetivo. Nicias, que era uno de los tres generales designados para la campaña, junto con Alcibiades, y a su pesar, tuvo que solicitar refuerzos (Tucídides, libro 7,8-16) e incluso pedía su repatriación debido a las enfermedades que sufría.
Un hecho agravó la situación. Cuando los atenienses decidieron retirarse, ocurrió un eclipse lunar, que fue interpretado como un mal augurio. El eclipse obligaba a un periodo de purificación de 25 días que fueron la puntilla para las tropas. Al iniciar la evacuación terrestre se separaron las tropas en dos grupos, el de Nicias y el del tercer estratega, Lémaco. Las fuerzas de Siracusa las diezmaron en el río, a donde acudieron para saciar la sed y combatir el calor asfixiante, similar al que cualquier sufrido turista aguanta en verano. Los que sobrevivieron fueron empleados en las canteras, las Latomías, y murieron al poco tiempo o fueron vendidos como esclavos.

Resultado: la flota quedó seriamente mermada, el ejército casi perdido y las arcas del tesoro vacías. Sin embargo, aquella catástrofe no fue suficiente para derrotar a Atenas de forma inmediata ya que aún tuvo fuerzas para combatir a Esparta y sus aliados durante cinco años más.
Alcibiades huirá de Esparta tiempo después al crecer su impopularidad por cortejar a la esposa de uno de los reyes de la ciudad. Aún acudió a Atenas como héroe y salvador, pero terminó en Persia. Allí se pierde su rastro. A saber qué otras intrigas tejió en Asia.
Las tímidas olas del puerto y la calma reinante no dan idea de tanto combate.

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