Alejándose un poco se atraviesa
el mercado de pescado, imprescindible por su sabor y autenticidad, y un poco
más allá el castillo Ursino construido por Federico II. De regreso comprobamos
los peculiares ábsides grises de la catedral.
Callejeamos, atravesamos otro
mercado de fruta y verdura, alcanzamos el teatro Bellini, fuimos sumando
iglesias y palacios y llegamos a la conclusión de que había sido un acierto
incluir Catania en nuestro recorrido.
Hacia el oeste, nos acercamos a
San Nicolo all’Arena, un monasterio que ocupa muchas páginas de Los Virreyes. Inmenso, lujoso, era la
institución religiosa donde profesaban los nobles de más alta alcurnia. No
entraba cualquiera:
Pero al
llegar el momento de la verdad, nadie lo había dudado: partidarios de los
Borbones y liberales, partidarios y adversarios del abad, el partido del ahorro
y el del derroche, todos se habían puesto de acuerdo para oponerse a la
admisión entre los descendientes de los conquistadores del reino y de los
virreyes, de un tataranieto de maestros notarios como los Giulente… si el joven
era pobre y huérfano, se le daría alojamiento y comida como a uno más de los
muchos parásitos que vivían a expensas del convento, pero ¿permitir que
vistiera el noble hábito benedictino? ¿Que se le diera el tratamiento de Vuestra Paternidad? ¿Que se sentara en
su misma mesa?
Los monjes vivían a cuerpo de
rey en sus instalaciones, sabedores de su poder:
En San
Nicolás siempre había habido numerosos partidos, aunque como se trataba de
administrar un enorme patrimonio, de manejar grandes sumas de dinero, de
distribuir amplias limosnas, de dar trabajo a mucha gente, de conceder casas
gratuitamente y puestos no menos gratuitos en el noviciado, en resumen, de
ejercer una influencia notable sobre los feudos y sobre la ciudad, todos
querían arrimar el ascua a su sardina.
La guía resaltaba las
dimensiones de la iglesia y criticaba abiertamente su estética. El monasterio
era parte de la Universidad, a la que había sido cedido en 1977 y donde se
instaló la facultad de filosofía y letras. La desamortización de 1866 supuso su
expolio y su posterior utilización como cuartel y colegio. No entramos a
contemplar sus claustros y jardines.
En el libro, De Roberto nos
cuenta la indignación de Don Bosco, el más ácido de los partidarios de los
Borbones, cuando Garibaldi lo eligió como cuartel general. “Garibaldi, desde lo
alto de la cúpula de San Nicolás, escrutaba a menudo la línea del horizonte con
el catalejo, o inclinado sobre los mapas estudiaba sus planes o recibía a la
gente en las comisiones que iban a verlo", escribió.
Dejamos deberes atrás para tener
una excusa para regresar. Bellini y De Roberto serían nuestros cicerones.
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