Nos hubiera gustado recorrer los
lugares descritos en Los Virreyes y
revivir las escenas del libro, pero nuestro tiempo en Catania era limitado y
sólo nos dio para un buen paseo que nos dejó una idea bastante aproximada de la
urbe.
La noche anterior llegamos a la
ciudad de noche, encontramos el hotel San Max sin demasiadas dificultades y
salimos a cenar con la intención de no desplazarnos lejos. Estábamos cansados y
Via Etnea, 329, la dirección del
hotel, junto al Botánico, estaba un poco alejada del centro. Hubiéramos llegado
bajando todo recto. Buscamos un sitio donde cenar en las calles casi desiertas
y echamos un remiendo al cuerpo.
Por la mañana sí que hicimos ese
recorrido hasta la catedral y comprobamos el corte barroco que le había impreso
la reconstrucción del duque de Camastra, el virrey español, tras la erupción y
el terremoto de finales del siglo XVII. Via
Etnea era recta y estaba cortada por otras calles amplias, se oteaban plazas
espaciosas, también callejuelas estrechas y con encanto. Se sucedían las
iglesias y los palacios, se alternaba la piedra volcánica negra con la caliza
blanca. Las fachadas mostraban rostros elegantes y alegres como sólo pueden
conseguir los italianos.
La historia de Catania era una
historia de destrucción y paralela reconstrucción. El Etna pagaba su mal genio
con la ciudad y los terremotos hacían otro tanto. El carácter cíclico de la
vida se expresaba perfectamente en la historia de la ciudad, que había pasado
por similares fases e invasiones que otras ciudades y territorios de la isla.
Los restos romanos afloraban
encajados por golosos edificios barrocos. La gente caminaba entre ellos sin hacerles
demasiado caso, lo mismo que le ocurre al lugareño ante lo que ha visto toda la
vida. Los turistas le hacemos más caso a los monumentos. La novedad.
Este paseo hasta la catedral
hubiera justificado la visita de la ciudad. La catedral, dedicada a Santa
Ágata, mártir maltratada por los romanos, había reunido a un nutrido grupo de
jóvenes con motivo de un funeral. Los allí reunidos eran los amigos de Facebook del fallecido, para que luego
digan que los amigos de las redes no son fieles. Se resguardaban a la sombra de
la fachada principal, gris y blanca, a juego con los edificios cercanos del
palacio municipal. Y, muy cerca, la puerta Uzeda, con el nombre de la familia
protagonista de Los Virreyes.
El centro de la plaza lo ocupaba
la fuente del elefante, a la que se le otorgaba poderes mágicos. El simpático
elefante romano, gris oscuro, portaba en su lomo un obelisco blanco,
supuestamente egipcio. Tomar un café o una cerveza en su entorno es
prácticamente un rito.
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