Continuamos
por corso Umberto con calma,
admirando el conjunto, las tiendas, los personajes que vagaban en la tarde
estival. La plaza de San Agustín o IX Aprile se abría hacia el mar en un sugerente
mirador. En un extremo estaba la Chiesa di San Giuseppe, la iglesia de San
José, barroca, con su doble escalera y su afilado campanario, y la torre del Reloj,
del siglo XII, sobre cimientos greco romanos y varias veces reformada. El reloj
era del siglo XX. En el otro extremo, otra iglesia. El conjunto era armónico,
un regalo para la vista.
Nos
entretuvimos en el mirador. Los primeros signos del atardecer se intuían, las
sombras de la montaña se abalanzaban sobre el bosque que se derramaba hacia el
mar, el horizonte estaba claro. Era un lugar relajante, incluso con toda
aquella gente apostada en la baranda para hacerse fotos y no admirar nada.
Algún autor había escrito que Taormina era hermosa a pesar de la acción del
hombre y no le faltaba razón. Había que dejar que la ciudad se impusiera. Los
puntitos blancos marcaban la posición de los barcos de recreo.
Continuamos
hasta Porta Catania o del Tocco, del toque, por ser donde se celebraban
reuniones públicas en la época normanda, según leímos. A unos pasos, otro de
los palacios importantes, el de Santo Stefano. Ahora era la sede de la Fundación
Mazzullo.
Más
allá, el trazado no ofrecía aparentemente grandes atractivos por lo que
regresamos sobre nuestros pasos hasta la plaza donde se alzaba la catedral del
siglo XIII y reconstruida en los siglos XVI y XVII, con los españoles. Era de
aspecto robusto. En una parte de la plaza de forma irregular había una hermosa
fuente con caballos. Esa representación mitológica era el símbolo de la ciudad.
Cerca, el palazzo Giurati con su
fachada de rojo terroso y una bandera roja y amarilla que nos recordó a la
nuestra.
La
masificación de corso Umberto
contrastaba con las calles paralelas y secundarias. Los callejones que
ascendían hacia la montaña estaban cargados de encanto. Nos infiltramos por
ellos y nos dejamos perder. No había nadie. Reinaba la paz. La gente no se
atrevía a explorar estos rincones, sus pequeñas plazas misteriosas, sus
palacios ocultos. Nos gustó.
Con
más tiempo quizá nos hubiéramos aventurado a subir a Castelmola, una pequeña
población en lo alto del monte Tauro, en otra terraza natural, un caserío
abigarrado con buenas vistas. Algo más abajo estaba el antiguo castillo y el
santuario de la Virgen de la Roca. Para ello habría que subir una empinada
escalera y disponer de más fuerzas en las piernas. Lo desechamos.
Nos
acercamos hasta el hotel San Doménico, un hotel de lujo que ocupaba un antiguo
convento de 1430. Era la imagen de ese lujo que se acercaba a la isla y a
Taormina buscando esa forma de gozar tan italiana. Aquí se alojaron Pirandello,
Thomas Mann, Marlene Dietrich, Ingrid Bergman, Katherine Hepburn o el rey
Eduardo de Inglaterra. Sólo para gente de posibles.
Aún
nos quedaban bastantes kilómetros hasta Catania, pero hicimos una pequeña
parada frente a Isola Bella. Cruzamos la carretera, bajamos a la playa y contemplamos
el mar. Al otro lado se alzaba la montaña que casi invadía el agua. Aún había
algunos bañistas. La sombra se hacía más densa.
Pasamos
Giardini Naxos, donde estuvo la primera colonia griega, y con la compañía del
mar y los acantilados fuimos devorando kilómetros.
0 comments:
Publicar un comentario