Bajamos
por via Teatro greco hasta corso Umberto. Muy cerca quedaba el foro
romano y los restos de unas termas encajados entre edificios. Uno de ellos era
la comisaría de los carabineros, por si sirve de referencia. Como no habíamos
comido apenas nada desde el desayuno, nos sentamos en la misma plaza y en la
misma terraza que años atrás. Pedimos unas cervezas y unos paninos, nos pegaron
un tabanazo de escándalo, descansamos las piernas y contemplamos el fluir de la
marabunta.
Taormina
había sido tradicionalmente un refugio de invierno para escritores, artistas,
personajes adinerados, famosos o aristócratas. La nómina de ellos era muy extensa.
Estaba en los circuitos tradicionales. Después llegó el turismo de masas y de
verano.
Al
lado de aquella terraza estaba Santa Catalina y el palacio Corvaja, que habíamos
degustado desde nuestro emplazamiento. Por todo el tejido medieval de la ciudad
se desperdigaban iglesias y palacios. Las iglesias solían ser de una nave,
hechuras góticas e interiores barrocos. Eran agradables, hermosas, sin la
espectacularidad de las catedrales, muy aconsejables. Nos asomamos a Santa
Caterina y luego entramos en el palacio Corvaja, que albergaba la oficina de
turismo y un pequeño museo. Aquí se reunieron las Cortes de Sicilia presididas
por doña Blanca de Navarra, viuda de Martín II de Aragón, en 1410. En él tuvo
su residencia de verano. El patio era acogedor y nos hicimos la típica foto en
lo alto de la escalera. Por supuesto, en compañía de alguien que se situaba en
la base o se asomaba a las ventanas y a quien no conocíamos de nada.
La
iglesia se había construido parcialmente sobre el Odeón de época de Augusto. Quizá
hubo antes un templo helenístico. Aún se distinguía una parte de la escena y de
las gradas. Fue un teatro pequeño, como para unas doscientas personas.
Otros
restos clásicos de cierta importancia conformaban el templo de Júpiter Serapis,
cerca de la iglesia de San pancracio, más allá de Porta Messina y cerca de
donde desembocaban los visitantes desde el aparcamiento. Otras ruinas que
solían pasar desapercibidas eran las de la Naumachie, el lugar donde se
celebraban simulacros de batallas navales. Era del siglo III d. C. y se podían
apreciar los arcos con nichos para esculturas en una calle paralela hacia el
mar de la principal, corso Umberto,
que la había cubierto parcialmente. Estaba claro que cualquiera que se
atreviera a abrir un sótano o a excavar un poco encontraría fácilmente restos
de varias épocas.
0 comments:
Publicar un comentario