En mi primer viaje a Sicilia,
Taormina fue el lugar designado como base para las excursiones de la zona
oriental de la isla, al Etna y a Siracusa. Dormimos tres noches en el hotel
Jolly, cerca del Parco Duchi di
Cesarò, o Villa Communale, como era conocido por la mayoría de los lugareños.
Fotografié la torre y paseé por el jardín buscando inspiración o aprovechando
algún hueco del programa. Al leer la guía supe que esos jardines se debían a
una amante de Eduardo VII que tuvo que abandonar su país, lady Florence
Trevelyan Cacciola. No recuerdo muchos detalles, pero sí trae a mi mente buenos
recuerdos. La señora Trevelyan adquirió Isola Bella por 5000 liras y construyó
una hermosa villa que ahora ocupan los de WWF. Ese rincón de playa tiene todo
el glamour de los lugares especiales de Italia.
Aquel
hotel gozaba de buenas instalaciones aunque estaba bastante decrépito. Los
camareros, bastante pasotas, comentaban que iba a cerrar y por eso los
servicios eran tan malos. La piscina se asomaba al golfo y al perfil de la
ciudad con el Etna al fondo. Desde su emplazamiento disfruté de los paseos por
la tarde y por la noche hasta las calles más ajetreadas. Alguna tarde caminé
hasta el hotel Villa Belvedere (no sé si se llamaba así en aquella época) para
disfrutar de las vistas hacia la costa. En una de las curvas que conectaban la
ciudad con la playa, donde estaba la entrada, nos recogía nuestro autobús para
empezar las excursiones. Aprovechaba esos momentos de la mañana para empaparme
de esa versión del panorama. Las personas que salían de ese hotel parecían
haber sido contratadas para una película sobre la aristocracia de los años 60.
No
permanecí mucho tiempo en Taormina en mis dos visitas posteriores. La segunda,
en 2003, consistió en una parada de crucero en compañía de mi hermano y mi
sobrino, los Antonios, con lo que nos
concentramos en lo esencial, pero no vivimos la ciudad. Algo parecido ocurrió
en la tercera en compañía de mi sobrino Carlos. De las tres visitas mantengo un
grato recuerdo y un deseo indeleble de regresar. En aquellas dos breves visitas
el autobús o el coche quedó en el aparcamiento desde donde subíamos a la ciudad
en compañía de una manada de gente. Un funicular conectaba la parte baja con la
ciudad.
En
la época estival Taormina se saturaba con cruceristas, visitantes y
veraneantes. Sin embargo, cuando entraba la noche la población se estabilizaba,
la mayoría de las tiendas aún permanecían abiertas y era agradable pasear o
sentarse a una de las muchas terrazas para tomar una copa o un helado en
compañía de la brisa, una luz tenue y una música suave. Era el momento de la
relajación, de las charlas infinitas, del cese de los agobios y de la aparición
de las estrellas.
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