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Sicilia: Sueños de una isla invadida 32. Etna III.



La última erupción del Etna fue el día de nochebuena de 2018. En 2011, fecha de nuestro viaje, contemplamos las consecuencias de la de 2007. Ese elemento destructor no había impedido la consideración del Etna como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, que había valorado diversos aspectos históricos, geológicos y paisajísticos para la concesión de ese honor:
Los cráteres, las cenizas, los ríos de lava, las grutas hechas de lava y las depresiones de los valles del Bove, hacen del Etna un destino privilegiado y un importante centro de investigación internacional con una larga lista de influencias en la ciencia de la vulcanología, la geología y las demás disciplinas científicas.

La más destructiva fue la de 1669, que devoró Nicolosi y alcanzó las afueras de Catania. Los muros de la ciudad retuvieron el empuje de la lava durante un tiempo, lo que provocó la destrucción del puerto. Posteriormente, saltó los muros y se infiltró por las calles de la parte occidental. Los vecinos construyeron diques que permitieron que no se extendiera más por otros barrios. Para las erupciones más recientes se podían consultar los abundantes vídeos de internet.

En el nuevo ascenso fuimos protegidos por una nube que oscurecía el sol.
No tuvimos que esperar mucho para subir en el funicular del sector sur, el de Rifugio Sapienza. En esos breves minutos estudiamos unos vídeos sobrecogedores de las diversas erupciones y sus estragos. Daba un poco de prevención: los dos nos preguntamos qué haríamos si se violentara la montaña de improviso.

De la anterior ocasión recordaba las instalaciones arrasadas por las erupciones de 1971 y 1983, que obligaron a evacuar la zona y a bombardear los cauces de lava para desviar su curso antes de llegar a las poblaciones cercanas. Eliminaron el observatorio, el teleférico y el centro de turistas. Era un recordatorio, una advertencia. Los científicos aconsejaron en aquel entonces desviar el cauce de un río, abrir trincheras como cortafuegos, enfriar la lava mediante riegos por avión, como se extingue un incendio forestal, para evitar que reptara con maldad. Para ayudar, el Obispo de Catania sacó en procesión el velo de Santa Ágata, muy milagrero, invocando la intercesión de la patrona protectora de las laderas del Etna. Por si no funcionaba, los habitantes de Zafferana fueron evacuados. En 1966 comprobaron que el Etna era capaz de arrasar doce pueblos, deglutir parte de Catania y vomitar cenizas que cubrieran toda la isla. Un día normal arrojaba 40.000 toneladas de dióxido de carbono y lo dejaba todo impracticable. Era un prodigio en la emisión de gases, muy peligrosos al no detectarse fácilmente.

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