La primera visita fue la
catedral. A nuestro amigo Houël no le entusiasmó. Peor para él. En mi primer
viaje me impresionó su fachada, que fue lo único que pude ver. En esta tercera
visita a la isla sí hubo tiempo para el interior. La fachada era tan hermosa
como la de otras iglesias italianas en que habían sabido armonizar los colores
claros, las imágenes y el equilibrio de las formas que se articulaban en tres
naves. Muchas penalidades había pasado la iglesia, casi desde sus inicios, ya
que en el siglo XIII, durante el funeral de Conrado IV, hijo del gran emperador
Federico II, las velas provocaron un incendio que devastó el edificio. Pero lo
peor llegó con una bomba incendiaria en 1943 que fulminó los frescos y los
mosaicos, que competían en esplendor con los de las otras catedrales del norte
de la isla. Por ello, el interior estaba más desnudo. El artesonado del techo
era hermoso y al fondo de las naves resaltaban el Cristo Pantocrátor y la
representación de la Virgen. El suelo, que se salvó de la destrucción era un
soberbio trabajo de mármol de diversos colores.
Houël hace mención a la Fiesta
de la carta, una procesión anual que se celebraba en honor de la carta de la
Virgen (el pintor duda de su autenticidad) dirigida a los habitantes de la
ciudad. Ello explicaría que la catedral estuviera dedicada a ella. Por otra
parte, era bastante habitual la advocación a la Virgen en la isla, que quizá
fuera la cristianización de las divinidades femeninas que eran cultos
ancestrales en Sicilia. En la fiesta se sacaba la carta y un bucle del pelo de
la Virgen.
El campanario estaba exento,
como es costumbre en Italia. En lo alto dominaba un carillón que desplegaba
diversas figuras que ilustraban el tiempo y que ejecutaban una curiosa danza.
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