Nos levantamos temprano (la
jornada estaba repleta de actividad), desayunamos mientras ajustábamos detalles
del itinerario y nos marchamos del hotel con cierta nostalgia. Nos habían
tratado con profesionalidad y hospitalidad.
El frente del puerto estaba
dominado por los cruceros. Los cruceristas se habían adelantado y ya pululaban
por la plaza de la catedral. Dejamos el vehículo en unas calles tranquilas y de
buenas casas de aspecto acomodado. La impresión era que los turistas no se
adentraban fuera del cogollo de los monumentos. Mesina era una parada rápida,
como fue la mía en mi primer viaje en que arañé unos minutos a la comida para
explorar el teatro Garibaldi, el puerto y las calles más cercanas a la
catedral.
He tenido la suerte de atravesar
el estrecho de Mesina, contemplar sus dos orillas, la continental y la insular,
Caribdis y Escila (el promontorio rocoso en el lado de Calabria), el peligro
del remolino con el monstruo de las seis cabezas o de los seis perros que salen
de su cintura, el Garófalo (en el lado siciliano) o los acantilados, Mesina o
Calabria.
Virgilio dejó constancia de su
peligro en el Libro III de la Eneida:
Escila monta guardia a la
derecha;
a la izquierda Caribdis,
la insaciable, quien desde el fondo de su hirviente sima]
va aspirando tres veces
hacia el abismo las ingentes olas,
y de nuevo las lanza una
tras otra hacia los aires
y azota con su espuma las
estrellas.
Escila está encerrada en
el ciego recinto de su cueva, de donde saca el rostro]
y atrae a los navíos a
sus rocas. Su parte superior tiene hasta las caderas
forma humana con el pecho
de una hermosa muchacha;
la de abajo de pez,
dragón marino de monstruoso cuerpo
que remata su vientre de
lobo en colas de delfines.
Más vale recorrer dando
un rodeo el cabo del Paquino siciliano
que ver sólo una vez en
su antro ingente a la monstruosa Escila y los peñascos]
donde van resonando los
aullidos de sus cerúleos perros.
En la antigüedad era un paso
peligroso por los cambios de las corrientes. Arrimarse a una u otra orilla
podía ser igual de nefasto. El consejo que recibió Odiseo, otro de los
navegantes míticos de la antigüedad, para realizar el paso podría encubrir una
trampa mortal. Subido en un enorme crucero era una travesía tranquila. El barco
era un mirador privilegiado, excepcional por su altura.
El lado siciliano traza sobre el
mar una lengua de tierra con forma de hoz (Zankle, el primer nombre otorgado
por sus pobladores, significaba hoz), un puerto seguro. Sobre el cabo Pelore
estaba el faro. Aún permanece la torre de piedra.
Desde aquella posición en alto,
la ciudad mostraba un uniforme color ocre claro, bastante plano, donde
resaltaban las torres de las iglesias. La más alta, la cúpula de la iglesia
votiva de Cristo Rey. Su aspecto era atractivo, incitaba a visitarla. La
montaña le guardaba las espaldas y el mar se descomponía en preciosos matices
de azul intenso. Contemplar aquel mar dejaba satisfecho a cualquiera.
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