En mi primer viaje realizamos
una parada en San Steffano di Camastra, pueblo famoso por su excelente
cerámica, la Talavera de la Reina de Sicilia. Fue una parada técnica para
comprar algún recuerdo, estirar las piernas y vaciar la vejiga. El pueblo no
tenía nada especial.
Los montes Madonie y Nebrodi nos
acompañaban en nuestro avance. Estábamos atravesando Val Demona (Valdemone o
Val di Demona), una región que abarcaba el noroeste de la isla. Me hubiera
gustado visitar Tindari, con sus ruinas griegas y romanas, y el santuario de la
Madonna Nera. Otro motivo más para un regreso a la isla.
La única referencia en mis notas
de Milazzo se encontraba en la novela Los
Virreyes, de Federico De Roberto. Al principio de la misma, uno de los
personajes pregunta: -¿cómo es Milazzo?-,
A lo que le contestan: -ni me hable.
Mala referencia, sin duda. Probablemente Milazzo dejaba una sensación de lugar
sin interés alguno, pero para el que se animaba a salir de la zona del puerto y
se encaminaba hacia el castillo se le otorgaba un premio.
Desde la altura de la montaña,
previa a las playas, se observaba en la lejanía las islas, quizá con la bruma
de la tarde, cuando el sol no era tan potente. En ese farallón se elevaba un
castillo construido por Federico II en 1239 y ampliado por el emperador Carlos
V. En su interior, la catedral vieja y el antiguo ayuntamiento, que era el
Palazzo dei Giurati.
El que tuviera la curiosidad de
consultar la web www.lanostramilazzo.altervista.org, seguro que se animaría a
explorar más en profundidad la ciudad y su entorno. La parte alta, la de la
ciudadela, era la más antigua, remontándose al Neolítico la presencia humana.
Los griegos construyeron una acrópolis que fue el germen del posterior castillo
edificado por los árabes hacia mediados del siglo IX aprovechando materiales
griegos y romanos, que sería engrandecido y mejorado por los normandos, los aragoneses
y los españoles. Los principales baluartes eran del siglo XVI, fruto del
trabajo de nuestros compatriotas en la isla, preocupados de las incursiones de
los piratas berberiscos.
Entre 1616 y 1637 pasó a
integrar un monasterio benedictino, orden que aparece con frecuencia a lo largo
de toda Sicilia. Después, se convirtió en ayuntamiento y cuando éste fue trasladado
a la parte baja el palacio y la fortaleza sufrieron el abandono.
Paseamos por el interior e
incluso penetramos hasta los anchos muros más internos. Lo que sí tenía su
encanto eran las calles del antiguo barrio español, de casas multicolores y
cierto ambiente ibicenco. Quizá por la noche se animaba.
En Milazzo se habían filmado
varias películas, como La rebelde,
que contó con Penélope Cruz, de 1993, Viva
la Italia, de Roberto Rosellini (1961), Como
un delfín, de 2010, o la escena de la matanza de Vulcano.
En la web se reseñaban varias
iglesias, palacios y cinco museos. La opinión vertida por los personajes de De
Roberto quizá debía ser modificada.
Tomamos un refresco y
descansamos.
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