Entre las rutinas del viaje
figuraba que me encargara de la conducción después de la comida. Mi sobrino
Carlos entraba en trance y se regalaba una suculenta siesta. Yo me concentraba
al volante, ponía un poco de música y me dedicaba a mis ensoñaciones y
recuerdos. Quedaban un par de horas de viaje.
Cefalú fue aliada de los
cartagineses en su lucha contra Siracusa, pero fue ésta la que acabó victoriosa
y sometió a la ciudad que acabábamos de visitar. Más tarde, en el siglo III
a.C., estuvo en la órbita de Roma. Fenicios y cartagineses habían ido
arrebatando poder a los griegos en Sicilia. Roma tomaría el relevo tras la Primera
Guerra Púnica (264-241 a.C.), que tuvo como escenario principal a Sicilia.
Mientras avanzábamos por la
cómoda autopista más bien escasa de tráfico, pude contemplar a grandes saltos
el mar que se desplegaba a la izquierda. Aparecía tras un túnel, se mostraba
con un puente, jugaba conmigo al escondite. Era una forma como otra cualquiera
de entretenerse y romper la monotonía de la conducción.
Cartago dominaba la zona
occidental de la isla mientras que la oriental estaba controlada por Siracusa.
Las relaciones entre Cartago y Roma eran buenas ya que habían sido aliadas
contra el rey Pirro de Epiro. Recordé el presagio de las Guerras Púnicas en la Eneida, de Virgilio (Libro IV, 622-629),
si bien el mismo fue escrito muchas décadas después:
Y, nosotros, mis tirios,
perseguid sañudos a su estirpe,
y a toda su raza
venidera, rendid este presente a mis cenizas:
que no exista amistad ni
alianza entre ambos pueblos. ¡Álzate de mis huesos]
tú, vengador, quien
fueres, y arrolla a fuego y hierro a los colonos dárdanos,]
ahora, en adelante, en
cualquier tiempo que se os dé pujanza!
¡En guerra yo os conjuro,
costa contra costa, olas contra olas,
armas contra armas, que
haya guerra entre ellos y que luchen los hijos de sus hijos.]
Era el grito de la reina Dido
que había ofrecido hospitalidad a los troyanos y matrimonio a su líder, Eneas,
y que contemplaba cómo éste la abandonaba por cumplir la orden de los dioses,
tan caprichosos e incluso malvados que jugaban con los humanos sin importarles
las consecuencias de sus actos. Clama venganza por despecho y sacrificará su
vida sin remedio.
El desencadenante de esta
primera fase de la larga contienda fue la toma de Mesina por los mamertinos,
mercenarios de Campania que ya habían formado parte de la guardia de élite de
Agatocles de Siracusa y que a la muerte de éste buscaron acomodo en la isla.
Hierón II de Siracusa los derrotó y los mamertinos pidieron ayuda tanto a
romanos como a cartagineses.
Los romanos aceptaron la oferta
de ayuda, conquistaron Mesina, se dirigieron hacia el sur y Siracusa firmó la
paz, comprometiéndose a ser aliada de Roma y a abastecer a sus tropas. En
adelante, contarían con las provisiones necesarias para sus campañas sin
necesidad de los abastecimientos desde la península itálica. Posteriormente,
prosiguieron sus campañas y tomaron Agrigento, Segesta y Makela. Fue en ese
marco cuando tuvo lugar la batalla naval de Milas en esas aguas que
contemplaban mis ojos. Penteras
romanas contra hippos cartagineses.
Más de cien naves por cada bando. Los romanos confiaban en sus técnicas de
abordaje y en el eficaz corvus, una
especie de pasarela con un gancho que se hincaba en la proa enemiga y permitía
el paso a las tropas de asalto de un barco a otro para el combate cuerpo a cuerpo.
Aquélla fue la primera gran victoria naval de Roma. Aunque hubo alternancias en
la iniciativa, al final el triunfo cayó del lado de Roma y los cartagineses
perdieron su presencia en la isla. Aún hubo dos Guerras Púnicas más.
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