¿Recuerdas la película Cinema Paradiso? El pueblo que aparece
en la escena de la película con el cine de verano en la playa es Cefalú.
Realmente, la película se filmó
en diversos emplazamientos de la isla. Su director, Giuseppe Tornatore,
siciliano nacido en Bagheria, acertó al elegir esta localidad costera y el
resto para transmitir la imagen tierna de un pueblo del sur italiano de hace
varias décadas. Es una estampa digna de nuestra Calabuig. El pueblo de Giancaldo es realmente Palazzo Adriano, en
el interior de la isla.
Salvatore di Vita, Totó, el
pequeño y simpático pícaro enamorado del cine, se ha convertido en un
importante director. Hace 30 años que abandonó el pueblo y le ha ido bien. Ha
cambiado la casa familiar, bastante modesta, por un lujoso piso en Roma. Pero
algo indica que el bienestar económico no se ha traducido en felicidad, lo que
hace reflexionar sobre la elección entre la humildad y la dicha en contraposición
con la pujanza económica y la insatisfacción, el norte y el sur, el campo y la
ciudad.
Alfredo, el entrañable operador
de cine protagonizado por Philippe Noiret, ha muerto y al día siguiente se
celebrará su funeral. Apuestan a que no acudirá: “tiene demasiados compromisos,
a saber dónde estará, hace más de 30 años que no viene”-dice un personaje. Pero
su madre es tajante: “se acordará”. Y allí se planta para enfrentarse a la
nostalgia de su pasado.
La gente de ese pueblo
paradigmático de Sicilia posterior a la Segunda Guerra Mundial vive en la
pobreza, aunque con cierta dignidad. Salvatore ha quedado huérfano y la única
ilusión se la aporta el cine, la única diversión del pueblo. Cuando éste arde,
el drama se cierne sobre el pueblo. Mientras todos huyen de las llamas, Totó
entra en el edificio y salva a su amigo Alfredo, que quedará ciego. La amistad
entre ambos crece, se consolida, el niño encontrará en Alfredo al padre que ha
perdido.
El panorama es tremendo. Tras la
imagen de tipismo de las mujeres que acuden a la plaza a cargar agua en la
fuente o a comprar medias al vendedor ambulante se esconde el paro y la
marginación. Los niños son despiojados, el cacique acude a la plaza para
designar a los que van a trabajar y rechaza a los que se alinearon en el pasado
con los comunistas. El señorito escupe desde el principal a los que ocupan el
patio de butacas. Muchos de los habitantes son analfabetos. Cuando aparece un
texto en pantalla nadie sabe qué dice. Varios adultos, entre ellos Alfredo,
pasan por la infamia de tener que examinarse con los niños.
La solución muchas veces estaba
en la emigración. Pepino se marcha a Alemania, “el camino de la esperanza”, que
dice Alfredo. “País de mierda”, escupe el emigrante. Alfredo animara a Totó a
irse y no regresar.
Aquellos personajes sencillos y
entrañables del mundo rural siciliano se han transformado, aunque aún impera la
diferencia social, la pobreza, la marginación. El turismo ha paliado en parte
la situación, como se aprecia en los pueblos de la costa, como Cefalú. Siempre
habrá la posibilidad de que le caía a alguien una quiniela o la lotería, como
le ocurre al napolitano de la película, el del norte, que dicen, que pondrá el
dinero para construir el Nuovo Cinema Paradiso.
Cada vez que escucho la melodía
de Ennio y Andrea Morricone me transporto a la película y a ese mundo bucólico.
En parte, al regresar a Cefalú me siento un poco como el protagonista de
aquella película.
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