Vuelvo a ascender la montaña y a
intuir los viñedos escalonados. Si tuvieran vértigo morirían en el acto. De
estos bancales saldrán las uvas que alegrarán nuestro descanso.
Fueron los romanos los que
introdujeron la vid, si bien no fue hasta la llegada de los monjes negros
cuando el vino mejoró con sus técnicas y se extendió por un territorio más
amplio. A finales del siglo XIX tomó un nuevo impulso y la consagración de la
denominación de origen Ribeira Sacra le dio su puesto definitivo.
El tiempo ha empeorado
sensiblemente, aunque aún aguanta con una muy leve lluvia. Cuando paro para
observar el río y los viñedos que alcanzan su orilla me mojo tibiamente. Los
colores son de otoño, pese a estar en pleno invierno.
Paso San Lourenzo de Ribas de
Sil. Continúan acompañándome las curvas. Las aldeas son pequeñas y la presencia
humana, escasa. Se va haciendo tarde, por lo que tengo que saltar varias
indicaciones. En algún lugar ha quedado el Balcón de Madrid, el más
espectacular de los miradores. También alguna cascada. No importa porque el
paisaje adaptado al esfuerzo del río por abrirse paso entre las montañas es
sublime.
De A Teixeira a Castro Caldelas
no hago ninguna parada. Me tienta tomar otra carretera hacia Orense por creer
que llegaré antes.
Se han sucedido los pequeños
cementerios, de los que está plagada la Ribeira Sacra. Al gallego le tira el
terruño y quiere reposar cerca de su hogar. Ritos solemnes y liturgias
cotidianas son las visitas a los cementerios. De niño me decían que en ellos se
celebraban fiestas y romerías y me preguntaba si es que tenían poco respeto por
los muertos o es que éstos estaban tan presentes en las vidas de los vivos que
también tenían derecho a un alegrón sin tener que salir de casa y dar un susto
a más de uno, aunque en Galicia los aparecidos no son tan tenebrosos como en
otros lugares donde carecen de ese sentido mágico. Añoranzas, de los vivos y de
los muertos.
Castro Caldelas es un gran
pueblo. Lo preside su castillo, que durante años representaba el poder
señorial. Me desvío para visitarlo y aprovecho para explorar ligeramente el
pueblo. Es el más completo y mejor dotado de los que he visto en el trayecto.
El castillo es medieval, bien
reconstruido, porque las revueltas, defensas y rebeliones lo dejaron maltrecho.
En el siglo XV, las Irmandiñas y las luchas entre el conde de Lemos y el conde
de Benavente aportaron su granito de arena de destrucción. Las tropas
napoleónicas lo quemaron como venganza a la rebelión contra las mismas cuando
se retiraban de Galicia. Esta tierra da para ascetas y guerreros libertadores.
La torre del homenaje es
cuadrada y sólida. A sus pies, una catapulta pequeña. Paso el foso, entro al
patio, me asomo a algunas estancias y subo a la muralla para observar el
pacífico pueblo en domingo. Turismo y buenos restaurantes se hermanan en sus
calles. Aún es pronto para comer.
Salgo de la Ribeira Sacra y se
trasforma la carretera. Me sorprende A Pobra de Trives, que sólo atravieso,
para mi pesar. En la zona hay restos de castros. Por aquí pasaba la Vía Nova.
Quizá la carretera de la que vengo siguió su trazado.
Bibei es un río y un pueblo.
Atravieso las tierras de Bibei, las del mayor afluente del Sil, cargadas de viñas
y de nostalgia. Trajano trazó un puente sobre este río.
Tomo dirección a A Gudiña.
Galicia ofrece su linde. En Viana do Bolo, que atesora un castillo, como junto
a un lago: Aguas Mansas. Reconstruyo mi cuerpo y le doy vida con una sopa de
pescado y la parrillada de carne. Mi vista se pierde en la laguna encajada en
las montañas.
Como si hubiera que echar el
telón, en los Padornelos se inicia un diluvio. Gracias por haberlo aguantado
hasta terminar mi exploración. Siempre recuerdo al hombre del tiempo mostrando
nubes y lluvia en la región de Galicia. Las borrascas le tienen cariño a esta
región, pródiga en agua.
Hasta Madrid no cesará la
lluvia.
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