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Uvas sagradas de un río de oro 18. Santo Estevo.



Santo Estevo ocupa un valle agreste rodeado de montañas y de naturaleza, un emplazamiento perfecto para iniciar caminatas por el bosque denso y misterioso hacia pequeños cenobios y ermitas, bastante abundantes en el entorno. También para el descanso y la meditación. El monasterio aparece con fuerza, colosal, sus tejados limpios, el ábside románico y las dos torres de su iglesia. Bajo por una carretera empinada. Suenan las campanas. Aparco al lado del cruceiro.

Junto a la iglesia se encuentra un pequeño cementerio al que se dirige un paisano con un ramo de flores. Prefiero concentrarme en la fachada barroca de acceso al parador. Un gran escudo preside la espadaña. En la parte baja, dos santos.

El monasterio, que se ha convertido en un establecimiento hotelero muy aconsejable, fue fundado por San Martín de Dumain en época sueva. En el siglo XII fue completamente reformado. De él dependían múltiples aldeas y prioratos que administraba impartiendo, incluso, justicia, lo que le garantizaba la prosperidad. Era uno de los monasterios más importantes de la zona.

En mi primer viaje a la zona no pude disfrutar del interior del monasterio. Aún no se había inaugurado la campaña de primavera (era febrero), pero tuve la suerte de regresar un año y medio después, en septiembre, con motivo de la boda de Fer y Pepe. Adelantamos el viaje y un viernes por la mañana, en compañía de mi hermana, mi cuñado y mi sobrino Carlos (la familia del novio) realizamos una excursión por la Ribiera Sacra.


La iglesia de trazas góticas y románicas estaba solitaria. La luz penetraba con timidez al interior del templo, dando una mayor sensación de intimidad. Desde la reja que cerraba el acceso al crucero observamos el altar mayor al fondo del ábside y una hermosa obra de escultura románica. Brillaba el dorado del retablo mayor y de los laterales. Eran excelentes realizaciones barrocas.


Pasamos al primer claustro. Uno de sus lados estaba acristalado y se utilizaba como cafetería. Allí comimos tras la visita. El segundo claustro era más reducido, pero más acogedor. Las columnas dobles se alternaban con los contrafuertes. La piedra estaba desnuda. Aún había otro claustro sencillo y armonioso. Prestamos especial atención a la iconografía medieval de los capiteles con animales mitológicos. En otra parte de las instalaciones, en la parte superior, habían montado una exposición de utensilios tradicionales y de escultura.


Me quité la esquina. Ahora me queda dormir una noche en sus habitaciones. Todo llega.



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