La abundancia de elementos
interesantes que se anuncia en la carretera puede llevar a un avance absurdamente
lento. Al no llevar un mapa con referencias concretas desconozco si me impulsan
hacia obras maestras o hacia otro despiste más que engrose las estadísticas y
acorte el tiempo para otros lugares.
Eiradela no decepciona. El
desvío hacia la aldea merece la pena. Es de sabor antiguo, no prostituido por
la modernidad. Camino de la iglesia observo un hermoso hórreo. El hórreo es uno
de los grandes protagonistas de un arte mal llamado menor. Se eleva sobre el
suelo para impedir que las ratas y los insectos devoren el grano que se
almacena entre sus paredes ventiladas. Son como casitas para los frutos del
campo. El más grande que conozco lo vi en Carnota, hace muchos años. Aunque
estoy acostumbrado a verlos aún despiertan mi interés.
Paro junto a la iglesia,
dedicada a San Caetano, cortada por el mismo patrón de la anterior. Lo que es
más singular es el cruceiro y, debajo, el peto de ánimas.
Siempre me fascinaron esas
cruces de piedra de significados ocultos. Siempre hay un cruceiro al que
encomendarse para cada deseo. Los encuentras en cruces de caminos, en
encrucijadas, ante las iglesias, cercanos a los cementerios. Son herencia de
los menhires y de los milladoiros
romanos, de las cruces irlandesas de los siglos VI y VII, según leo en un
interesante artículo de Pablo Nadal. Captaron lugares sagrados para las filas
del cristianismo. Protegían de lo que pudiera llegar del más allá o de la Santa
Compaña, marcaban los límites entre parroquias, presidían los lugares por donde
pasaban las procesiones o los entierros, eran signos de devoción o de
contrición por un pecado, agradecían un favor divino o expiaban una culpa.
"Los cruceiros gallegos son
antenas que nos conectan con el más allá. Enlaces de piedra entre las leyendas
y los habitantes de esta tierra mágica", concluye Nadal.
Castelao decía en su obra As cruces de pedra de Galiza, que donde
hay un cruceiro casi siempre hubo un pecado y cada cruceiro es una oración de
piedra que hizo descender un perdón del cielo por el arrepentimiento de quien
lo pagó y por el sentimiento de quien lo hizo.
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