Dicen que la uva blanca de
Godello no contó con muchos amigos entre los cultivadores por ser delicada. De
origen desconocido, es fuertemente aromática y durante mucho tiempo aportó sus
perfumes a otros caldos.
No me impulsan fines científicos
sino el deseo de cumplir una tradición sin la cual no podría decir que he
estado en Orense: ir de pinchos. Y para acompañarlos empiezo con una copa de
este vino blanco que tiene su origen en las viñas que trepan por las orillas
del Sil. Introduzco la nariz en la copa, casi como un experto, y dejo que el
aroma me invada.
La mejor zona para este rito
nocturno, casi iniciático, es la parte antigua, en torno a la catedral, la
calle Lepanto, paralelas y perpendiculares. No hay pérdida porque la marea
humana es evidente.
Goza de tanta popularidad que es
patrimonio de todas las edades y motivo para unir a diversas generaciones. También
para unir a los de casa con los foráneos, como es mi caso. Me siento algo
desplazado pero el ribeiro o el albariño, que son los vinos que más conozco, me
sueltan la lengua y merman mi timidez.
Las tabernas tradicionales
compiten sanamente con las más vanguardistas y sofisticadas. La tónica general
la marcan las bandejas de pinchos que salen de la cocina dejando un rastro de
aromas de buen género y mejor preparación. Precios populares.
Es complicado sentarse. Lo bueno
es que baja mejor la comida y la bebida e impide entrar en barrena. En La Rural,
mayoritariamente de gente joven, me tratan estupendamente.
La denominación de origen
Ribeira Sacra pudo patrocinar este espacio.
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