Foto de Victor Hermida Prada-Licencia Creative Commons Atribución 2.0 Genérica. Obtenida de Wikipedia |
Lo observo desde el otro lado y
me parece poderoso. Los dos apoyos sobre el río son tremendos, patas de
elefante en piedra perfectamente asentadas. No es de extrañar que sea uno de
los orgullos de la capital. Seguro que su construcción va arropada por alguna
leyenda, la intervención de fuerzas sobrehumanas o del propio demonio, al que
al final engañan y no se cobra el alma de aquel a quien ayuda a terminar la
obra a tiempo.
Desde aquellos tiempos remotos
se han unido al servicio de Orense un viaducto, el Ponte Novo, una pasarela, un
puente sin nombre que une Cela con Rúa de Xesús Pousa Rodríguez y el Ribeiriña.
Aparco el coche junto al más
moderno. Su diseño es impactante, vanguardista, con unos bucles que se debieran
utilizar como montaña rosa o pista de entrenamiento o exhibición de
monopatines. Increíble. Me quedo un rato bajo el sol contemplando cómo pasan
los vehículos y si hay humano alguno que se aventure en los bucles, curiosidad
malsana.
Sitúo la torre de mi hotel entre
el caserío apretado que se asoma al río. En la parte baja han habilitado un
paseo fluvial que hace las delicias de los andarines. Después de lo que ha
llovido en estos días hay que hacerle los honores al sol, que castiga
benévolamente la piel.
Mientras, camino hasta el Puente
Viejo, ese es mi entretenimiento. En la vía que baja hasta el puente, en el
número 11 de la avenida de las Caldas, se encuentra el restaurante Adega do Emilio. Lo anuncian en un
planito que me sirve de guía y que también me aconsejó mi amigo Pepelu. En
Internet ofrecía un buen aspecto.
No llega a dar al río, pero se
incrusta en un solar de paz. Son varios edificios bajos y rústicos con un
jardín. Pido mesa y se me concede. Después del polizón de las clases es mi
momento del día. Me despojo de la corbata como signo de liberación del trabajo
e inicio del ocio del fin de semana, algo mermado.
Excelente el salón, educados los
camareros y buenas las viandas. Me atrevo con unos langostinos Adega, sobre setas a la plancha y salsa
de nécoras. Rechupeteo las cabezas con moderación, que este es un lugar fino.
Frente a mí, un matrimonio que
está de turismo y degusta un buen vino del país. Son más de carne. Como la
pareja de mi izquierda y el grupo joven con un chavalín que reclama la comida
con insistencia porque son más de las tres y tiene hambre. De segundo, una
lubina fresca de piscifactoría, como ya me habían advertido, a la plancha. Bien
hecha, aunque debía haberme decantado por algo más sabroso. Me daba miedo comer
de más.
Delicioso el pan, de pueblo,
denso, consistente. Es una constante en todos los establecimientos de Orense.
Lo pondremos entre las atracciones turísticas.
De postre, café cortado. Como
tome un chupito tengo que volver en taxi.
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