Son dignos de atención los
mercados de Palermo. Quizá porque siguen siendo lugares auténticos, incrustados
entre las callejuelas estrechas y retorcidas, quizá por la vitalidad
personificada en los gritos y el trajín continuo.
Por via Roma, pasado Vittorio Emmanuelle, por las callecillas de la
derecha, se alcanzaba el microcosmos de La Vucciria, nombre procedente del
francés (bucher) que fue adaptado al siciliano. En él hacen la compra del
producto fresco los lugareños y es un espectáculo admirar los alimentos.
La Vucciria era territorio
dominado por la Mafia. Cuentan que cuando un cineasta quiso rodar en el barrio
se le solicitó "una contribución", el pizzo. Ante la negativa, el equipo de filmación desapareció
misteriosamente por la noche y no volvió a aparecer hasta que se aceptaron las
condiciones de la Cosa Nostra. Eso sí, posteriormente, no hubo ninguna
incidencia. Nadie se hubiera atrevido, sin duda. Eran gente de honor.
El tejido urbano mostraba los
desperfectos del paso del tiempo y la ausencia de visitas por parte de los
albañiles y pintores. El mejor adorno eran las ropas tendidas que mostraban
quienes vivían en cada casa. Un colorido muy íntimo.
A la hora de la siesta reinaba
un silencio inquebrantable. El sol no daba tregua. Pero al atardecer, se
revitalizaba el barrio, volvía a salir la gente y se mantenían intensas
conversaciones y discusiones de lado a lado de la vivienda o de la calle, sin
importar el obstáculo de los muros.
Otra opción para la compra
diaria era el mercado del Capo. Desde piazza
San Domenico hacia via Maqueda,
atravesabas el interior del mercado, siguiendo por Sant Agostino y la plaza
Beati Paoli. Cuatro pasos más allá se alcanzaba la catedral.
Atravesamos ese entorno por la
noche desde el Teatro Massimo. Observamos la retirada de los géneros, el
movimiento para el cierre, gente ordenando los pequeños puestos. Los carros
avanzaban con pesadumbre y los trabajadores manifestaban el cansancio de toda
la jornada con un intenso calor. Daba un poco de miedo, aunque no corríamos
peligro. El peligro era orientarse mal y no saber salir, aunque Carlos siempre
se orientó de maravilla.
Y el último mercado que debiera
conocer el viajero, el de Ballaró, estaba entre la plaza del Carmen, la iglesia
del Gesú y plaza de Santa Clara, también céntrico y accesible con un pequeño
desvío desde las principales atracciones de la zona.
NOTA SOBRE LA IMAGEN DE PORTADA: obtenida de Wikipedia. Dominio público.
NOTA SOBRE LA IMAGEN DE PORTADA: obtenida de Wikipedia. Dominio público.
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