Cuentan
que en Palermo hubo trescientas mezquitas en tiempos de los árabes. Su destino,
tras la conquista normanda, fue la piqueta o la conversión en iglesias. Los
siglos fueron exigiendo reformas y adaptaciones a los nuevos estilos, unas
veces por el deterioro natural y otras por los terremotos o las guerras y los
disturbios.
En la
ciudad, como en el resto de la isla, parece predominar el barroco, un barroco
excesivo que impide que quede un hueco libre en las paredes, techos, fachadas y
cualquier elemento arquitectónico. Impresionante para la vista, aunque en
ocasiones recargado. A la espalda, o al costado de la plaza Villena
(Viggliena), lo comprobamos en las iglesias que formaban parte de Piazza
Pretoria: Santa Catalina y San Giuseppe dei Teatini (San José de los Teatinos).
Si te pones enfrente del Palacio de las Águilas, el Ayuntamiento, Santa
Catalina queda a la izquierda y San José a la derecha. San José se diferencia
por su cúpula algo más grande y adornada por espejuelos. Santa Catalina es de
monjas y san José de religiosos.
Santa Catalina era una santa muy
popular, con templos en todo el mundo. Palermo también la honra. El interior
era luminoso, de tonos blancos y rosa. Y una auténtica orgía de decoración. La
cúpula, los arcos, las pechinas, estaban cubiertos de frescos. Los de la cúpula
parecían girar a una gran velocidad. Los angelotes de mármol o de yeso volaban
por el techo. El templo estaba vacío. Su espacio atenuaba el calor exterior,
por lo que Carlos y yo nos sentamos en un banco para descansar y deleitarnos
con el espectáculo. Tanta riqueza mareaba un poco.
Esta joya del barroco tuvo que cerrar
años después de nuestra visita por problemas de seguridad. En la anterior de
1996 no pude entrar. Según otra información, sólo era accesible una vez al año,
el 25 de noviembre. Por tanto, tuvimos suerte.
Al otro lado, enfrente, San Giuseppe
dei Teatini, confirmaba la tendencia barroca. Su cúpula de brillante cerámica
amarilla y azul se asomaba a la plaza Pretoria con orgullo. Su interior también
era amplio y bien iluminado por el sol que penetraba desde lo alto.
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