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Sicilia: Sueños de una isla invadida 13. Monreale IV.



Carlos y yo continuamos la visita por las capillas y estancias. De un barroco espectacular eran la que ocupaba la virgen del Pueblo, que cuenta la leyenda que se extrajo del tronco del algarrobo bajo el cual dormía el rey cuando se le apareció la Virgen, o la del Crucifijo que sirvió como tumba para los arzobispos de Monreale. Fue encargada por el arzobispo español Juan Roano y albergaba un Cristo del siglo XV que salía del costado de Jesé. Le acompañaban las esculturas de los profetas Daniel, Ezequiel, Isaías y Jeremías. Las taraceas eran espectaculares.

Las tumbas de Guillermo I, padre del benefactor de la catedral, y Guillermo II, las capillas de San Castrense y San Benito, o el Tesoro completaron la visita antes de subir a los tejados. No subí a ellos en mi visita de 1996. Las vistas sobre el claustro, la ciudad y la campiña que se prolongaba hasta el mar merecía la pena.


Para terminar de admirarse había que visitar el claustro, de “líneas airosas y decoraciones agraciadas”, como escribió a principios del siglo XX el viajero W. A. Paton. La sucesión de arcos ojivales se apoyaba sobre columnas dobles decoradas con mosaicos geométricos de diversas tonalidades. Los 216 capitales eran una obra maestra de la escultura románica de la isla. Reflejaban escenas religiosas y paganas, la caza, la vendimia o la guerra. En una esquina resaltaba el claustrino, con su agradable fuente. El lugar ayudaba a reflexionar o dejar vagar la mente y el espíritu. Caminamos lentamente apreciando los detalles, pequeños animales en la base de las columnas, sobre el plinto.

De aquella primera visita he conservado un libro sobre la catedral que reviso de vez en cuando para mantener vivo el recuerdo de esa deliciosa iglesia.



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