La primera sensación al entrar
en el templo fue de no saber hacia dónde mirar, de desconcierto, de ser
abrumado por la grandeza, la altura de las naves, los mosaicos o el Cristo
Pantocrátor que dominaba el ábside y que nos seguía con la mirada. Era el elemento
que captaba la atención con más fuerza, como si todo estuviera orientado hacia él.
Tras esa primera impresión, y acomodarse a la mezcla de luces de las ventanas,
penumbra suave y brillo de los mosaicos, fuimos arrojando la mirada sobre los
diversos elementos.
Esa carcasa dorada era una
Biblia representada en una forma sencilla, para un pueblo simple y sin formación
académica ni teológica que, sin embargo, conocía el antiguo y el Nuevo Testamento,
las vidas de santos, los milagros, y las escenas sagradas. Siguiendo la
iconografía de la nave central podía leer la doctrina cristiana e interpretar
lo que le habían enseñado desde el púlpito. Ángeles y arcángeles revoloteaban
por las paredes, los apóstoles observaban con el ceño fruncido a los
visitantes, Adán y Eva abandonaban el paraíso, los animales del arca de Noé se
desparramaban por todos sitios, rostros enmarcados en medallones mantenían el
equilibrio en dinteles, arcos o muros. Avanzamos hacia el centro para dejarnos
captar por ese ambiente general, ese clima artístico impregnado de
espiritualidad. Cuando te cansabas de las escenas podías concentrarte en el
hermoso suelo o en el brillante techo, que sustituyó al que pereció en un
incendio en el siglo XIX.
El Cristo Pantocrátor era de
clara inspiración bizantina. Debajo, la Virgen con el niño, a la que acompañaban
apóstoles, profetas y otros personajes bíblicos. Cristo representaba la
autoridad. Los dedos meñique y anular de la mano derecha se juntaban al pulgar para
representar la Trinidad, la unión de lo divino y lo humano.
En la realización intervinieron
varios talleres de artesanos bajo una dirección unitaria que supuso un estilo único
inspirado en la Capilla Palatina de Palermo. Las diferencias se encontraban en
la calidad. Las zonas menos visibles e importantes fueron ejecutadas por
artistas menos competentes y de forma menos diligente, más rápida, sin tanto
cuidado. Sin embargo, eran los mismos rostros, gestos o actitudes, paisajes o ámbitos
arquitectónicos que eran vigilados por ese artista que controlaba la
homogeneidad. La ejecución se prolongó durante poco tiempo, para la magnitud de
los trabajos. Quizá a la muerte del rey estuviera casi terminada.
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