Mounia es una hermosa
policía de pelo rojo intenso, mirada vacilona, ademanes contenidos. Ligeramente
más alta que yo, el uniforme acrecienta el atractivo de su cuerpo. Le pregunto
la referencia de una calle y me contesta con una sonrisa y un marcado acento
gaditano. Interrumpe sus instrucciones y devuelve un saludo en árabe.
Los dos idiomas son tan
habituales que han planteado una moción para su cooficialidad en la Asamblea.
Ha sido rechazada y los pro-árabes han amenazado con un boicot. Doy por hecho
que todos los musulmanes hablan las dos lenguas, pero no sé si ocurrirá igual
con los cristianos. De las otras lenguas no tengo referencias.
Cada vez que me vuelva a
cruzar con Mounia me encontraré con un saludo adornado de sonrisas.
Mi actividad formativa se
divide entre dos lugares. Las dos primeras noches, de ocho a diez -matador- me refugio
en la Escuela de Idiomas. Nada más pasar el Zara, un cubo moderno de formas
puras, muy estilo Moneo, por su ala derecha, subo las escaleras de un callejoncito.
Esta escalera termina en la Plaza de Rafael Gibert, rectangular, alargada,
decrépita. La conozco por equivocación, al no girar a la derecha. Algún bar y
algún comercio garantizan la crisis empresarial.
La Escuela tiene un
ambiente de guardería. Su espíritu es diminuto. El bullicio se respira en los
cambios de clase. Nunca me hubiera acercado a este rincón oculto si no es por
motivos profesionales.
Mi otro destino diario es
la Confederación de Empresarios. También hay que afinar para encontrar la
entrada. Me siento como si pusieran a prueba mi intuición para alcanzar la
meta. Mounia me ha ayudado a solucionar el misterio.
Cuando parece que vas a
irte de tiendas topas con un portal, pulsas el portero automático -seguro que
si tocas el botón de la pensión también abren- subes la escalera decorada con
azulejos hasta la altura del hombro y encuentras en el espacio de dos tramos
una contradicción curiosa. Un Cristo eminentemente andaluz despierta un fervor
instantáneo. Escalones arriba espera una vidriera con una mujer desnuda. No
tiene una postura erótica, aunque sí goza de un cuerpo esplendoroso, de
odalisca. Es un seguro despertar antes de la Confederación.
Empujo la puerta y saludo
a Belén, la alumna que trabaja aquí y con la que charlaré a menudo. Rubia, de
pelo largo, gafas alargadas que le dan un toque intelectual, rostro enormemente
atractivo y un cuerpo que haría perder la cabeza a cualquiera, y que
infinitamente mejora a la vidriera; por supuesto, es simpática y se preocupa de
mí en cuanto tiene un hueco.
Su jefa retiene aún una
belleza menos explosiva. Es atenta y algo entrometida. Pide la lista de
asistencias con tono de exigencia para llamar a los alumnos que no han
comparecido a las clases. Examina la lista de tutorías y pregunta por los que
no se han apuntado. La dejo hacer. Tomo posesión del despacho asignado y recibo
a los alumnos.
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