La plataforma sobre el
mar, abrigada por el puerto, es pequeña. Como lo es la Terminal. Como lo
habitual es que el helicóptero sea de una docena de plazas, el grupo que espera
se comporta como si estuviera en el salón de casa. El único que no habla con
nadie soy yo. Todos simulan ser usuarios habituales, desenvueltos al pedir un
café o un bocadillo al de la cafetería o en saludar a la chica del mostrador de
facturación, similar a los de alquiler de coches de los aeropuertos
tradicionales. Cuando es mi turno, me pregunta si luego conecto con un vuelo.
Su curiosidad es meramente estadística.
Es de noche. Como no sé
en qué condiciones se puede viajar me planteo qué sería una noche más aquí. No
hay rumores. Mis temores son infundados. Miro a través del ventanal. Me
concentro un instante en las luces reflejadas en el agua.
Embarcamos. Nos devora
una nube. La nube inmediata rechaza la luz del aparato. Después de la neblina
concluirá el viaje.
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