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Ceuta: cuatro mundos por descubrir 12 (2004)



Al Mirador de San Antonio subo en taxi. Lo tomo junto al Mercado. El coche parece que se va a desmoronar. Es un producto inequívocamente de desguace. Pero es el primero y no me cabe otra alternativa.

El conductor no es precisamente comunicativo. Es más joven que el volante que lleva. Es de cuerpo inmenso y cabeza chiquitilla en proporción a aquélla. Cuando le pregunto de dónde es me dice, entre orgulloso y mosqueado, que es de Ceuta, que allí nació. Es de esa peculiar raza negra del Norte de África que posiblemente descienda de los esclavos traídos del Níger y comprados en Tombuctú.

Tomamos por la zona cercana al mar y nos plantamos ante las rampas del Monte Acho. El motor empieza a blasfemar y el taxista imprime unos cambios agónicos. Las posibilidades de que se cale el cascajo son enormes. Detrás nuestro se acumulan cuatro vehículos que esperan pacientemente su opción para adelantarnos o se resignan a contemplar el paisaje.

En el ascenso se han agrupado varias urbanizaciones de chalets. Se habrán refugiado en estas villas los que buscan menos agobio, más contacto con la naturaleza y un poco de exclusividad. Tienen las mejores vistas, y las más completas, del municipio.

San Antonio eligió bien el emplazamiento de su ermita. Está cerrada, pero atrae a inspeccionar sus alrededores. La arquitectura es sencilla. Desde esta altura, más allá de los árboles y los edificios, la silueta de “la perla colocada entre el pecho y la garganta del mundo” se arracima antes de las montañas de Marruecos. Los diques del puerto, el ferry, la zona residencial, el istmo estrecho que se adivina. Me ayuda a revivir los lugares. Es un repaso. A la espalda, la masa forestal, la inmensidad del Mediterráneo, un atisbo de fortalezas.

Esta perspectiva queda como la síntesis abierta de mis vivencias.

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