Una senda de tierra me condujo a
la playa de Mónsul, la otra gran atracción del día. Había algo más de gente,
aunque sin apreturas.
Una inmensa duna había topado
con uno de los conos volcánicos que daban al mar. Hacia allí se dirigía un
numeroso grupo. Subir a una altura, a uno de los cabos, garantizaba buenas
perspectivas sobre el paisaje. Un consejo para quien acuda en el futuro.
Mónsul no era tan amplia como la de los Genoveses, aunque gozaba de una gran personalidad. Tanta, que varias parejas de recién casados o parejas vestidas para una boda pululaban por la arena para un reportaje fotográfico. Me pareció un poco extravagante y un tanto cómico cuando observé que una de esas parejas se encaramaba con dificultad hasta lo alto de la roca. Pensé que el vestido blanco de la chica quedaría hecho jirones. ¡Ah, el amor!
En otra parte, un grupo preparaba el equipo para practicar kitesurf. Una familia disfrutaba del aire y del sol apiñada y abrigada con sus sudaderas. El viento no daba tregua. Al cabo de un rato te abstraías y no resultaba molesto.
Me fui hacia la derecha. Las
rocas eran amenazantes. Separadas, se desplegaban varios cabos que
incrementaban progresivamente su avance hacia el mar hasta el cabo de Gata y el
faro. Allí estaba el mar de Alborán y su rica reserva de posidonia que
garantizaba una abundante colonia de peces y uno de los lugares más
privilegiados para bucear.
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