Subo a la parte alta del
acantilado cuando una parte muy importante de la gente se ha marchado. Voy por
una de las pasarelas de madera y pocos cientos de metros después apenas hay
nadie. Y el paisaje es igual de cautivador, con una perspectiva completa, con
las rocas varadas, con las mareas que avanzan, con la débil niebla que busca
protagonismo. Me acompañan los prados, alguna casa que se mantiene alejada.
Pasa un coche. Tardará bastante en pasar otro.
Entre Foz, al oeste, y Ribadeo,
al este, se suceden las playas y las aldeas desde las Catedrales: Carricelas,
Esteiro, Covas, Marbadas y dos Xuncos. Hacia ellas me encamino en el coche.
Aparco y me cruzo con un paisano
que pasea el perro. Nos saludamos, se sube el cuello del abrigo y continúa.
Sigo las pasarelas de madera y el paisaje me parece más salvaje. Tengo la
impresión de que baten más las olas, el viento se enfurece y el cielo se
cierra.
Me acerco a Rinlo y su pequeño
puerto. Algunas casas muestran colores vibrantes, alegres. Busco el “susurro
monótono del pino en la costa bravía”, que escribiera Rosalía de Castro, que
recordaba con ternura a las viudas en vida, aquellas mujeres con una caterva de
críos que esperaba al marido que marchó y que quizá no volviera. Éste fue
pueblo de emigración:
Vivo al lado del mar
en un pueblo donde perder
es lo normal
los que pudieron escapar
juraron no volver jamás.
Y creo que Los Limones vuelven a
tener razón. ¡Qué dura ha sido la vida de estas gentes volcadas al mar!
Nota: fotos soleadas por José Luis Migueláñez Carreras.
0 comments:
Publicar un comentario