Leo en un folleto que Mondoñedo
era “rica en pan, en augas, e en latin”
y me propongo comprobarlo. Empezaré por este último patrimonio que, sin duda,
se asocia con canónigos, curas y demás religiosos que dominaban esta lengua. El
latín en piedra más espectacular es el de la sede episcopal, donde tenía su
asiento el obispo: la Catedral.
Sorprende porque renuncia a una
altura excesiva. Quizá por ello es la catedral arrodillada. Eso no le resta un
ápice de hermosura. Me paro ante su fachada principal, a la que le han dado un
espacio para que nadie se queje de que no se puede admirar por estar
encajonada. Parece observarme desde su ojo medieval de Polifemo, desde el
rosetón que es la rueda de la vida incrustada en la piedra. A los lados, dos
santos. Y en lo alto, las dos torres. Está consagrada a la virgen de la
Asunción.
Los que van delante de mí
renuncian a entrar: les parece excesivo el precio de 4,50 euros. Creerán que se
mantiene sola y que las restauraciones las materializan querubines o fuerzas
superiores que no necesitan dinero. Además, incluye audioguía, con lo cual me
parece un precio adecuado. “Pues habrá que enmarcarlo-me dice el encargado-porque
todo el mundo se queja”. La nave central es accesible sin pago alguno, pero el
museo requiere pagar la entrada.
Clavo la vista al fondo. Allí me
conduce cierto efecto de embudo que mi mente siempre traza en las iglesias. El
altar mayor es tan lujoso y tan barroco como el de otras iglesias de Galicia,
que nacieron con el románico, se adaptaron al gótico y se reformaron con el
barroco en el siglo XVIII, que fue de gran prosperidad en la zona a tenor de
estas obras donde los dorados son algo excesivos. También los órganos son de
este estilo.
Sin embargo, en la nave central,
me llaman la atención los frescos que iluminan tenuemente debajo de los
órganos, muy expresivos y algo primitivos, del siglo XVI. Esta no fue su
ubicación originaria ya que fueron trasladados para evitar su deterioro. La
matanza de los santos inocentes, que es una de las representaciones, impacta de
forma inmediata. Sobre el crucero y el ábside se representan otras escenas en
frescos que cubren la piedra. Es la zona más adornada. El coro estuvo alojado
en la parte central de la Iglesia, algo bastante habitual en los templos
españoles, lo que restaba una buena perspectiva y partía el espacio. Con buen
criterio, la sillería fue trasladada en parte a la capilla mayor y otra parte
al costado izquierdo.
El museo es otra joya. Las
piezas que se exponen en la sacristía, la sala capitular y otras dependencias
son abundantes en espectacular orfebrería, ternos, una colección de zapatos de
seda de los obispos, mobiliario, cuadros, tallas y otras formas de arte sacro.
Las contemplo despacio y con las explicaciones de la audioguía. Vuelvo a ver el
sol en el claustro, sobrio y tranquilo.
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