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Kirguistán 33. El lago Son-Kul. Petroglifos y rebaños I.


Con el descenso, el paisaje cambió hasta alcanzar la extensa pradera salpicada de las construcciones ganaderas. Aparecieron los primeros grupos de caballos que pastaban en libertad. Atrás quedaban docenas de curvas. Y apareció el lago Son-Kul encajado en el centro de un paisaje rodeado de montañas. Eso sí, no había un solo árbol.


El campamento estaba algo alejado de la orilla del lago, una medida preventiva sensata. Dispuesto en forma de U, ofrecía todas las comodidades necesarias para el viajero. Quizá hace pocos años la única opción fuera hospedarse en la yurta de alguno de los lugareños y disfrutar de esa cotidianeidad, comprobar cómo fabricaban mantequilla, tomar una comida básica y dormir en el suelo lo mejor arropado posible. Aquí había duchas, baños, dos tiendas-comedor y hasta una yurta que hacía funciones de recepción y tienda de recuerdos. Era obra de unos rusos que habían arrendado el terreno al gobierno provincial de Naryn, propietario del mismo.



Las yurtas eran de dos y a mí me correspondía dormir sólo, pero Edil me preguntó si podía compartirla (la alternativa era dormir con los conductores) y me pareció una excelente idea. Era más cómoda que la anterior del Prado de las Flores. Su compañía me permitía dialogar con él, preguntarle por algunos aspectos de la vida de estas gentes, por el lugar, por todas esas curiosidades que podía saciar de forma inmediata.


Edil propuso una excursión por la tarde hacia las colinas, donde se encontraban unos petroglifos. Una hora antes me dispuse a pasear solo hasta el lago.


Para los aficionados a los datos (yo también lo soy), una exploración por Wikipedia informa de que Son-Kul (o Song Kol) significa “lago siguiente”, al ser éste el siguiente lago más grande del país, tras Issyk-Kul. Pero su belleza era muy superior. Quizá el primer factor fuera que se podía abarcar en su totalidad con la mirada, aunque su longitud era de 29 kilómetros y su anchura de 18 kilómetros, con 270 km² de superficie. Era imposible rodear los 90 kilómetros de costa caminando en una sola jornada. Su profundidad máxima era de algo más de 13 metros.



Avancé al principio en línea recta hasta el campamento de una familia de pastores. Era el ascetismo frugal de la vida nómada, que escribió Bruce Chatwin. Una señora y su hija lavaban varios utensilios en uno de los pequeños torrentes que se dirigían al lago. Era una cuenca endorreica, como la de Issyk-Kul, y sus afluentes eran principalmente glaciares. Entre junio y septiembre (como máximo entre mayo y octubre) el lago era accesible y hasta allí se desplazaban con los rebaños. Unos caballos ensillados, como dispuestos para iniciar una aventura, estaban atados a unos postes.



El lago aglutinaba unos importantes humedales que habían sido inscritos en 2011 en la lista Ramsar, lo que implicaba una importante protección. Era una etapa esencial para las aves migratorias y refugio de diversas aves en peligro de extinción. En 1957, habían introducido peces en el lago (anteriormente no había) para una mayor diversificación de la alimentación de estas gentes, pero había supuesto una alteración de la composición del zooplancton, con consecuencias negativas para las aves. La mano del hombre puede ser muy dañina.

Me desvié hacia un rebaño de cabras y ovejas de abundante lana, caminé entre ellas sin que nos molestáramos los unos a los otros. Después de un escaloncito y una zona de un par de metros de guijarros estaba la orilla, a pocos pasos del rebaño. Me llamó la atención un pequeño ribete de espuma. El agua estaba muy clara y cambiaba de color según avanzaba hacia el horizonte de las montañas. A unos cien metros, nuestros conductores habían aparcado los vehículos y se habían instalado para pasar la tarde y la noche. Les saludé desde lejos y emprendí el regreso. Me reuní con el resto del grupo en el campamento.



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