Si tienes la curiosidad de
entrar en www.wikivoyage.org,
encontrarás una breve referencia turística sobre Kochkor, una población de unos
10.000 habitantes y cabeza del distrito del mismo nombre. En el apartado See, qué ver, anunciaban un mercado de
ganado los sábados. Desgraciadamente, nosotros llegamos un domingo. Había un
parque con varias estructuras soviéticas en diferentes grados de uso, un museo
que quizá estuviera cerrado, el palacio donde celebraban las bodas, un cine
(cerrado) y el centro cultural, con una sala de billar, biblioteca, una sala
para representaciones y vídeo juegos de la antigua URSS. Estuve tentado de ir
sólo por verlos. Me olvidaba, también contaba con un polideportivo. No podían
quejarse los lugareños de su equipamiento.
Kochkor era otra población que
servía de base para excursiones y exploraciones. Contaba con algunas tiendas
donde abastecerse antes de partir, varios restaurantes y una población de gente
encantadora. Era un eje de comunicaciones. No era extraño encontrarse con
extranjeros con aire de aventureros. Su estructura era alargada y de calles
rectas. Las manzanas eran rectangulares. Estaba rodeada de poderosas montañas
de nieves perpetuas.
Cuando leí en el programa del
viaje que nos hospedaríamos en casas locales, me imaginé que sería en sencillas
casas de campesinos. Nuestro hogar para aquella jornada fue una casa grande, de
dos alturas, bien construida, el correspondiente a una villa o un chalet. Los
dueños debían ser, sin duda, los más ricos de la ciudad. La señora apareció con
un Mercedes algo antiguo, pero a la puerta había otro Mercedes 4 X 4 que
costaba un pastón. Habían emigrado a Francia, a la región de Picardie, donde
vivían durante el año, y pasaban los veranos atendiendo sus negocios en el
pueblo.
El comedor, en la parte
inferior, era amplio y una mesa gigante nos acogió para el tardío almuerzo a
base de sopa con patatas y zanahoria, y arroz con ternera y verduras. Repusimos
fuerzas de forma inmediata. La planta superior era la utilizada por los
huéspedes.
Foto de Ana Iturrioz
La más simpática de la familia
era la abuela, que era auténtica. No hablaba nada más que kirguiso, como era
natural, con lo que su forma de diálogo era a base de sonrisas. Si detectaba
que necesitabas algo buscaba a alguno de sus nietos, bastante pasotas.
Aprecié mucho el baño de la
casa. La ducha era estupenda, como de spa casero. Después de haber vivido un
poco al margen de la higiene, aquello fue un lujo. Mi espalda volvió a su
sitio. Me premié con una siesta tras poner algo de orden en mis notas.
Dentro del imperio empresarial
de la familia que nos albergaba, contaban con una tienda. El final del viaje se
acercaba y habíamos tenido poco tiempo para hacer compras. Edil nos propuso
acercarnos al lugar, que estaba a la vuelta de la esquina. La tienda de
artesanías o antigüedades era como un gran desván al que hubieran ido a parar
todos los cachivaches inútiles del pueblo. No solucionó nuestra necesidad, pero
estuvo entretenido. Nada más entrar, un águila que había atrapado un zorro
(disecados, no vayas a pensar mal) daba la bienvenida. Las otras piezas
cobradas y colgadas de los muros eran menos macabras. Todo estaba en un
tremendo desorden y con una capa de polvo admirablemente bien conservada. Quizá
lo mejor eran los tejidos y las artesanías típicas. Al fondo, una sala reunía a
Gorbachov y Lenin, carteles propagandísticos y esculturas de personajes
antiguos. Para una persona alérgica al polvo, como soy yo, aquello era un
peligro. Los vestidos tradicionales causaron sensación.
La cena fue a las 7,30. No sé si
alguien salió a pasear por la tarde. Tuvo lugar en unas yurtas instaladas a la
espalda de la tienda, el tercer elemento del imperio comercial. Nos recibió la
dueña, nos sentamos a lo occidental, en sillas y no en el suelo. Sobre la mesa
habían dispuesto varias ensaladas de tomate y berenjena, de zanahoria y col, de
pepino y otras verduras ligeramente aliñadas y sabrosas. Lo acompañamos con
varios panes recién hechos, uno de ellos con hierbas. Por supuesto, no podía
faltar la sopa, esta vez con patata y trocitos de pasta. Todo sencillo y
suculento, aprovechando los ingredientes más cercanos. La pasta no faltaba
nunca, unas veces rellena de carne o verduras, o como fideos en las ensaladas, o
con la carne, como guarnición. El pescado era raro en su dieta. De segundo
pusieron un pimiento relleno de carne y arroz.
A los postres, nos agasajaron
con unas canciones populares. Entraron los abuelos, un nieto y una hija,
vestidos de forma tradicional. Lo más divertido fue el acompañamiento: unas
cabritas mecánicas que saltaban. Nos cautivaron a todos. Con el espectáculo nos
supieron mejor la sandía, el melón, las manzanas y las uvas. Para rematar,
helado de nata y dulces. Edil comió poco, como era su costumbre. Siempre estaba
pendiente de todo y ayudando a los que servían la comida.
A las nueve, salimos. Los niños
aún jugaban y correteaban animosos. Una de las niñas iba disfrazada de
bailarina y otra de gitana.
A 1800 metros, las noches son
frías incluso en verano. Si corre el viento, transporta el aire helado de las
montañas circundantes. Pero era aguantable y nos quedamos un rato contemplando
las estrellas. Me hubiera tumbado en la calle y hubiera conversado con mis
compañeros y disfrutando de aquel espectáculo. Era la fecha propicia para las Perseidas,
las Lágrimas de San Lorenzo, pero el mejor momento para su observación sería
cinco horas más tarde. La luna se ocultaba y la visión de meteoros superaría el
centenar por hora. Nos fuimos a dormir media hora después.
0 comments:
Publicar un comentario