La idea inicial era hacer un
picnic en una playa del lago, pero hubo que olvidar ese planteamiento por el
mal tiempo. Comeríamos en la casa donde nos alojaríamos en Kochkor. Eso
retrasaba nuestro almuerzo.
En cuanto abandonamos la zona
más cercana al lago, que mostraba un peculiar oleaje por la acción del viento,
y te introducías hacia las montañas, las posibilidades eran inmensas. En el
plano aparecían varios cañones: Altyn-Arashan, Karakol, Kyzil-Suu, Juuku,
Barskoon… En el municipio de Tamga, al que pertenecía Skazka, la variedad era
enorme. Al observar a un grupo de chavales jóvenes caminar junto a la carretera
con sus pesadas mochilas me dio cierta envidia. Me hubiera gustado disponer de
suficiente tiempo para explorar las diferentes rutas o atacar alguna travesía
de montaña, como Iluminada y Javier, aunque para ello necesitaría mejor forma
física.
Continuamos por la carretera
paralela al lago hasta Bokombaev, que tomaba su nombre de un poeta del siglo XX
que había fallecido por estos lares. Las dos siguientes referencias en el
camino fueron una gran estatua dedicada al más importante narrador del Manás,
en la parte alta, y un centro cultural abandonado, en la parte baja. En nuestro
mapa básico no aparecían.
Al quedarme con la mirada fija
hacia el paisaje memoricé sus diversas capas: la primera, de verde intenso, de
prados; la segunda, de montañas erosionadas y casi despojadas de vegetación; la
tercera, de altas montañas coronadas de nieve; la cuarta, de nubes grises
enganchadas a los picos.
Tras varios núcleos de población
pequeños, entramos en un paisaje estepario que se alternaba con campos verdes y
escasa presencia humana. Me pregunté cómo sería aquí el invierno, cuando la
nieve lo aislara todo. Era un paisaje básico. La carretera empezó a subir.
La monotonía cesó con un
pantano, el de Orto-Tokoy, o del Bosque Medio. Estaba bastante bajo, quizá a la
mitad de su capacidad. De disminuir aún más sería visible el pueblo que quedó
sumergido al construirlo. Era el coste de la generación de electricidad.
La carretera había sido
construida por los chinos, como muchas otras del país, contribuyendo a la
importante deuda con los vecinos del este. Aunque su calidad no era buena,
había sustituido a otra anterior que era infernal y plagada de baches. Gracias
a esas infraestructuras estas zonas remotas habían quedado comunicadas y sus
gentes disfrutaban de un cordón umbilical con la civilización. La carretera
hacia Kashgar y China era la que estaba en mejor estado de mantenimiento. Los
bruscos cambios climáticos machacaban el firme.
No volvimos a ver el sol en todo
el día, pero tampoco volvió a llover con intensidad. Caían unas gotas, los
campos se ponían preciosos, las montañas rojas se revitalizaban y las de
retaguardia se difuminaban en tonos grises que jugaban con las nubes. Dejamos
que los kilómetros pasaran y que la carretera nos mostrara el interior del
país.
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