Si hubiera tomado en Rodalquilar
la carretera hacia la Casa de los Volcanes, las minas de oro, el poblado minero
de San Diego y, tras el Barranco de Requena, a la derecha, hacia el interior,
habría alcanzado el Cortijo del Fraile. Cuando el convento de los dominicos,
del siglo XVIII, pasó a manos privadas tras la desamortización de Mendizábal,
en el primer tercio del siglo XIX, se convirtió en cortijo. Poco debía producir
ya que lo habitual era que su dueño buscara mejores tierras y lo cediera en
aparcería. Su interés radicaba en que inspiró a Federico García Lorca para
escribir Bodas de sangre. En 1928, el
aparcero decidió concertar el matrimonio de su hija, Francisca Cañadas, Paca la
Coja, con el cuñado de su hermana. Ella estaba enamorada de su primo hermano
Francisco Montes, que la correspondía. Cuando Francisco se enteró de esta
decisión se plantó en la casa y se la llevó. Para defender el honor mancillado,
fue abatido a tiros en un cruce. Ella quedó muerta en vida, marcada, solitaria.
El crimen dejaba al descubierto la dura vida de aquellas gentes y el
pensamiento de una sociedad rural y primitiva.
Enfilé hacia Isleta del Moro y
tras interminables curvas coroné en el mirador de la Amatista. Desde aquel
punto divisé los diferentes cabos con un tono más negro y amenazador. El cielo
se había cubierto, las nubes se habían alargado y todo quedó bañado en matices
grises. Era una sucesión de líneas paralelas separadas por la luz. Hacia el
norte, aún vencía la luz del sol.
Entre el brillo y la penumbra
escruté el horizonte y el mar. Parecía congelado en el momento de la mirada,
inmutable, como si no quisiera modificar sus planteamientos, Dios sabe por qué.
Me pregunté qué cuento se podría ambientar en ese medio hostil, áspero y
salvaje. Por supuesto, de piratas y contrabandistas, de invasores berberiscos,
cuentos de guerra, de batallas, de incursiones sangrientas. Bajo aquella superficie
nadaban ninfas y sirenas que asomaban sus cabezas para conversar con las
diversas personalidades del viento. Las mitologías del cielo y el mar se
asociaban. “Mi ley, la fuerza y el viento/mi única patria, la mar”, recordaba
de los versos de Espronceda en su Canción
del pirata y esos versos se ajustaban al momento de fusión de fuerzas de
esos elementos, el viento y el mar. El impacto era armonioso, como de
instrumentos complementarios que se llevaban bien.
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